Prólogo

11.09.2013 01:50

Hola, me llamo Clara G., tengo 28 años y tengo algo que decir. Soy sumisa. Ya está. Ya lo he dicho. Soy sumisa. Ahora es cuando una pequeña parte de vosotros dirá “pobrecita, una depravada a la que le gusta que le peguen”, otra pensará “Enhorabuena ¿a mí que me cuentas?” y otra gran mayoría “¡Que suerte! ¡Cómo la de esos libros tan famosos!”. A los primeros os digo: ni estoy enferma ni tengo menos dignidad que vosotros; a los segundos, éste es mi blog y en él cuento lo que quiero y al resto… no, no me parezco en nada a esa chica. Bueno yo ya lo he dicho, soy sumisa y si me dejáis explicároslos, lo haré.

Permitid que me presente de una manera más o menos decente. Tengo 28 años, lo sé, ya lo he dicho, me llamo Clara (te repites, pensaréis con aburrimiento) y soy enfermera. De hecho ahora mismo estoy trabajando, es el turno de noche y mientras que no suene el botón puedo descansar, así que aprovecho para escribir estas cosas. Que queréis que os diga, no tengo sueño, ya me he leído el último libro que me compré y el que me ha regalado Jorge, mi amo y pareja, es un coñazo.

En resumen, soy española, estoy más cerca de los 30 que de los 20, tengo trabajo, (raro, ¿verdad?) y sumisa. Con pareja estable. Y me apetece contaros un poco más de mi vida y de esa extraña perversión que tanto me gusta. En fin, que espero que los cuatro gatos que leáis esto comprendáis una sola cosa. Lo que Jorge hace, me lo hace porque YO quiero. Y ME ENCANTA.

Empecemos por el principio de mi historia con Jorge, el mismo que me metió en todo este mundo de la sumisión, la dominación y los azotes.

-¿Qué haces? –Carmen se acercó a ella, echando un vistazo a la pantalla del ordenador. Clara se encogió de hombros, bostezó y cliqueó en la pestaña de minimizar. No porque se avergonzara de lo que escribía, sino porque no le gustaba escribir con público. Prefería terminarlo todo y releerlo mil veces antes de mostrarlo al resto del mundo. Bueno, a los cuatro gatos que leían lo que escribía en su blog de cocina.

Esa noche sin embargo no había escrito ninguna receta, había tenido una idea diferente y había decidido ponerla en práctica. Escribiría sobre otro tema, uno que estaba mucho más de moda que la cocina, el BDSM o como ella lo llamaba, “mi vida sexual”.  Todavía no sabía porque iba a escribir sobre eso, de hecho, estaba segura de que se iba a ganar unos buenos azotes cuando Jorge se enterara de que pensaba contar su vida sexual con pelos y señales en internet, pero quizás con el tiempo se lo agradecería y le diría que ella tenía razón. El problema es que Clara no sabía si tenía razón. Quería escribir sobre el sexo que a ellos les gustaba, explicar que no era nada malo ni mejor o peor que el vainilla, simplemente diferente. Quería humanizarlo y recordar que no era nada relacionado con el maltrato ni tampoco con la riqueza y la clase alta. Parecía que ahora había que ser millonario, emprendedor y comer en restaurantes caros para ser amo. Jorge se reía de eso. Con su sueldo de profesor tenía tantas probabilidades de conducir un Ferrari como de ir a la luna.  Y lo mismo pasaba con las sumisas. Ahora no bastaba con disfrutar del sexo pervertido, había que ser estúpida, carecer de personalidad y a ser posible tener un sueldo mucho menor que el de él para que la cosa funcionara. Clara se cabreaba cada vez que leía una nueva novela sobre el tema y es que estaban saliendo muchas. Por eso se había propuesto presentar el BDSM como el sexo de los amos/as y sumisos/as, nada más, sin apellido. Ni ricos, ni tontas ni insoportablemente guapos. Porque ella no era ningún monumento y Jorge… bueno Jorge era Jorge. Para ella era el hombre más guapo del mundo. Sin contar con algunos actores, por supuesto. Pero sabía que eso era una ilusión que ella tenía. Jorge no era la perfección hecha persona y pobre de él si algún día se le ocurría cambiar. Clara no quería ningún hombre perfecto. Esos le daban asco porque con ellos nunca puedes sentirte bien estando a su lado. Ella quería uno que con sus errores, sus virtudes y su espíritu de dominante la completara. Y lo había encontrado.

-Voy a escribir otro blog –anunció. Carmen se sirvió una taza de café y señaló la cafetera, Clara negó con la cabeza. La pelirroja de ojos verdes y sobrepeso se sentó en el sofá, frotándose los ojos, mirando a su compañera con aburrimiento.

-¿Te has quedado sin recetas?

-No, escribiré los dos a la vez.

-Tienes demasiado tiempo libre –murmuró –yo cuando llego a casa no puedo hacer otra cosa que no sea preparar biberones o cantar nanas.  

-¿Lo gemelos siguen dando mucha guerra? –se compadeció.

-Y si no son ellos es el padre. A veces me dan ganas de quedarme aquí y no volver a casa –bufó. Clara rio, su compañera había vuelto al trabajo apenas dos semanas atrás y no paraba de quejarse de lo cansada que estaba y lo agotadora que era la vida de una madre primeriza. A pesar de todo, no había un solo día en el que no le enseñara una foto de los niños. Puede que estuviera agotada, pero se le caía la baba con sus bebés.

-Aprovecha y duerme un poco –sugirió –la noche está tranquila.

-Basta con que cierres los ojos para que el viejo de la dieciocho se queje de que le ha subido la fiebre.

-Pobre hombre; ayer tenía más de cuarenta.  

-Hoy parece tranquilo, a ver si le dura.

-Estás muy gruñona.

-Llevo días sin dormir y para lo poco agradecidos que son con nuestro trabajo no me sale rentable ser simpática.

-Échate en el sofá, por favor. Duerme antes de que nos contagies la mala leche a todos.

Carmen dejó la taza en la mesa y estiró los pies al otro lado del sofá, poniendo un cojín debajo de su cabeza. Cerró los ojos, no sin murmurar:

-Tú apenas llevas dos años trabajando aquí… cuando lleves diez como yo, sabrás lo que es sufrir. Y no tiene nada que ver con lo que te hace tu novio.  

-Venga buenas noches –la despidió, abriendo de nuevo la pestaña del blog. –Por dónde íbamos…

-Por el principio de todo –Carmen sonreía con los ojos cerrados. Clara frunció el ceño.

-Cotilla.  

Pero sí, por ahí iba. El principio de todo. El día en que conoció a Jorge.

Conocí a Jorge en el hospital. Él se había roto el brazo y yo empezaba a trabajar como enfermera, de eso han pasado ya dos años. No os equivoquéis, esta no es esa historia de amor de la enferma dulce y tierna y el guapísimo hombre herido que te pide tu teléfono después de que le vendes el brazo. De hecho ni siquiera fui yo la enfermera que le atendió. Digamos que nuestro comienzo fue bastante más… ¿conocéis la expresión “a lo español”? Pues eso.

Para que os hagáis una idea… nos conocimos en la puerta de Urgencias. Él ya se iba y yo había salido a fumar. Tengo ese horrible vicio, debo dejarlo lo sé, es malo para la salud y al final moriré de un horrible cáncer de pulmón. Pero mientras que lo dejo y no, aquí sigo, VIVA. ¿Por dónde iba yo? Sí, el guapo del brazo roto. Bueno, ese día yo estaba pasando por un mal momento, acababa de dejarlo con mi novio, ese maldito cabrón egoísta hijo de la grand… en fin, que había tenido una ruptura poco amistosa (Algo relacionado con una rubia de bote y un par de tetas sacadas de un quirófano, pero nada que os interese. Además, no le guardo rencor.) Y por si fuera poco mi jefa me había echado una buena bronca, merecida, pero desagradable y yo… simplemente quería desahogarme y mandarlo todo a la mierda.

Fue entonces, mientras pensaba en lo desgraciada que era y en la cantidad de objetos cortantes que tenía a mi disposición gracias a mi trabajo cuando me giré para volver a entrar, tirando el pitillo sin echar mucha cuenta, teniendo la mala suerte, o buena, según se mire, de que éste fue a parar a su brazo (el sano).

¿Recordáis esa vez que fuisteis a casa con una notita del profesor o un examen suspendido? ¿Tenéis en mente la mirada que os echó mamá? Bueno, pues ahora ponedla en la cara de un hombre de 32 años (34 en la actualidad), de ojos marrones, pelo negro muy corto y barba de tres días. Si esto no os parece muy temible recordad que este hombre juega a la Inquisición con mi cuerpo. Y por si fuera poco odia el tabaco.

No sé como explicar lo que pasó por mi cabeza cuando me miró así. No, no me enamoré de él desde el primer minuto en que lo vi. ¿De verdad pasa eso? ¿A quien? ¿Estaría dispuesto a que le hiciera unos análisis? Bromas aparte, Jorge y su mirada de “has sido una niña mala” me puso a cien. Sí, esa sería la forma más acertada de explicarlo. Fue extraño, por una parte yo quería disculparme y echar a correr, pero por otra… ¿Habéis visto la serie de Anatomía de Grey? Supongo que os hacéis una idea. Y luego él me cogió del brazo, no con fuerza ni agresivamente, simplemente me tomó de la muñeca y apretó con suavidad, y ahí, queridos lectores, me di cuenta de que lo que ya vengo diciendo desde el principio de este blog. Soy sumisa. Y mi profesor agresivo me pone. Me pone muchísimo.

 

 

 

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