Partida de ajedrez

06.10.2013 19:12

-Salid.

La reina despidió a sus damas con un gesto de la mano al oír los pasos del rey. Las observó salir en silencio y se acomodó sobre los cojines, atenta a la llegada de su esposo. Entró él, Muley Hacén, mirándola fríamente y sintió que se le encogía el corazón.

-¿Qué queréis? –Fue su saludo. Y ella cerró los ojos, recordando tiempos pasados, aquellos en los que el rey decía amarla y no había ninguna cristiana que le nublase el juicio. Lo que daría Aisha por volver a vivir aquellos momentos con él. Pero atrás quedaban esos días y ahora sólo podía pensar en darle a su hijo el lugar que merecía, pues no soportaría que uno de los hijos de la cautiva fuera nombrado sucesor. Por ello planeaba cuidadosamente como destronar a su esposo, aquel al que siempre había amado y al que aún amaba. Y por ese amor que sentía por él, quiso darle una última noche y por ello rezó a Alá para que Muley Hacén no la rechazase, no una última vez.

-Os veo cansado –le dijo, su voz afable -. Sentaos conmigo, mi señor –le pidió.

-Tengo asuntos que resolver, no tengo tiempo para sentarme con vos –respondió, volviéndose, dispuesto a marcharse.

-Esperad –rogó, su voz temblorosa. Él no se movió. Aisha se levantó y caminó hacia él, lo tomó del brazo, suplicante -. ¿Cuánto hace que no jugáis al ajedrez con vuestra esposa? –Susurró -¿Recordáis aquellas noches cuando jugábamos hasta el amanecer?

-Partidas demasiado largas –respondió.

-Pero hermosas, ¿no creéis?

-Aisha…

-Mi señor, os lo suplico. Sé que ya no vivo en vuestro corazón –murmuró con amargura -. Pero una vez me amasteis, dadme una noche para recordarla. Jugad conmigo, os lo ruego.

El rey no soportó la voz triste y silenciosa de la que fuera una vez su esposa favorita. Sin hablar aceptó que ésta lo condujese hasta el bello tablero de ajedrez que Aisha le había regalado años atrás, tras darle la buena noticia de un futuro alumbramiento. Se acomodó, sin mucho entusiasmo, sin saber como actuar. Podría fingir y contentar a su primera esposa, pero era el rey, el hombre más poderoso de Granada, no tenía que soportar aquello. Y aun así, sólo necesitó mirar el tablero para recordar bellos tiempos y desear recuperarlos. Aunque sólo fuera por una noche.

Aisha sonrió, él ya no parecía disgustado. Se acercó hasta una de esquina y tomó dos copas y una jarra de cristal.

-¿Queréis vino? –ofreció.

-¿No debe un rey guardar con celo la ley de Alá? -repuso, con cierta diversión. Cuántas veces habría manchado con aquel pecaminoso líquido los pechos de Aisha para después beber de ellos.

-Creo que el Profeta y el único Dios podrán perdonaros por una noche –comentó con picardía, llenado su copa y acercándosela. El rey la aceptó y la llevó a sus labios. Delicioso y dulce. Picante también. Un tesoro que los cristianos sabían apreciar mejor que los granadinos.

-¿No os servís? –observó. Aisha se acomodó frente a él y le tendió la jarra.

-¿Me servís vos?

Un rey sirviendo a una mujer, ¿podría haber algo más indigno? Mas después de tantas lágrimas un gesto podría calmar a la reina. Llenó su copa y se la tendió, pero ella no alzó las manos. Sus labios se curvaron hacia arriba al comprender sus intenciones y le acercó la copa a la boca, dándole de beber. Aisha cerró los ojos con placer y saboreó el néctar.

-¿Y bien? –preguntó, apartando la copa y dejándola a un lado -. ¿Esto es lo qué queréis? ¿Una partida de ajedrez?

-Pensé que podríamos recordar viejos tiempos. Aquellos en los que me veáis hermosa.

-Aún sois bella.

-Y aun así los placeres os los da otra. Una cautiva.

-Aisha...

La reina se obligó a controlar la voz, su esposo no aceptaría ningún reproche contra Zoraida. Aisha sentía que le hervía la sangre al pensar como una esclava cristiana se había convertido en reina, pero esa noche no quería enojar al rey.

-Disculpadme, mi señor. No pretendía ofender a vuestra esposa.

-Desearía que la amaseis tanto como yo la amo; como os amo a vos.  

-Podría intentarlo, por vos –mintió, pues si había algo que la reina tenía por verdad es que jamás aceptaría a esa esclava. La odiaba y ese odio era el culpable de las intrigas que recorrían el palacio. Las intrigas destinadas a destronar al rey.

-Os lo agradezco. Y ahora, moved pieza –la animó con un gesto de la mano.

Jugaron en silencio, ella centrada en él, él inmiscuido en sus pensamientos. Hasta que un gesto llamó su atención.

-¿Qué hacéis?

-Tomar vuestra torre con mi reina.

-¿Desde cuando la reina avanza tanto como quiera? ¿Intentáis engañarme, Aisha?

-No, mi señor. Pero dicen que las reglas del juego están cambiando.

-¿Y quien las está cambiando? –preguntó, sorprendido, tomando a su reina, mirándola con atención.

-Isabel de Castilla.

-¿No le es suficiente derrocar a su sobrina y sumir a su reino en una guerra que también dispone de tiempo para cambiar un juego? –masculló.

-¿No os gustan las nuevas reglas? –Movió un peón en diagonal, tomando su caballo.

-¿Os gustan a vos? –Colocó su otra torre sobre el alfil de la reina, apartando la pieza del tablero. Era la primera que tomaba. –Descubrid vuestros pechos –exigió.

Así habían jugado de jóvenes, exigiendo prendas a cambio de piezas perdidas. Aisha obedeció, clavando sus pupilas en las de él, feliz ante el hecho de que su cuerpo aún despertara al monarca. Luego se encogió de hombros.

-Creo que al fin se le da a la reina el lugar que merece en el tablero. –Movió su caballo, alejándolo de la torre.

-¿Eso pensáis? ¿De verdad creéis que la reina es más poderosa que el rey? –Miró el caballo de la señora y sonrió, acercando un peón. Sería suyo en el siguiente movimiento.

-El rey sigue teniendo todo el poder, mi señor, pues sin él se termina la partida. –El caballo ya perdido, centró su atención en la otra esquina del tablero.

-Más con estas nuevas reglas parece más débil que la reina –observó, tomando la pieza, triunfante. La examinó. Sus pechos ya no eran los mismos que una vez lo enloquecieran, pero ahora tenían la belleza añadida de quien ha parido. Extendió un brazo y tomó uno, sonriendo ante la sensibilidad del seno. La sultana respiró hondo, preguntándose cuando había sido la última vez que el rey la había provocado así. Luego la soltó. –Dejadme ver vuestro vientre –ordenó.

-Como gustéis –jaló de sus vestiduras y jugó a provocarlo ella también, dejando que las ropas cubrieran los rizos negros que escondían su intimidad. El rey entrecerró los ojos, pronto ganaría eso también. –Un rey sin buenos consejeros es un rey débil –dijo ella -. Por ello la reina necesita más poder, no hay mejor consejera que la mujer con la que un hombre comparte el lecho.

-Palabras sabias –reconoció -. Pero el rey no necesitaría de consejeros ni esposas si todo el poder fuera suyo. Moved.

La reina miraba el juego concentrada. Él la distrajo, tomando su otro pecho y pellizcando el pezón entre el índice y el pulgar. Aisha jadeó. –No sois justo, mi señor.

-Moved –repitió, ajeno al reproche.

-Sois cruel –Y movió un peón cualquiera -. Un rey no puede dirigir un reino él solo, es demasiado para un solo hombre –añadió, retomando el hilo de la conversación –Podría confiar sólo en las defensas de su reino –señaló las torres –la inteligencia de sus consejeros –acarició un alfil –y en la fidelidad de sus súbditos –miró los peones que defendía a su rey –mas las defensas pueden destruirse, los consejeros siempre mirarán por sus intereses y los súbditos… son demasiados como para creer que todos ellos serán fieles a su señor.

-¿Y la reina es indestructible, desinteresada y fiel? –Cogió el caballo que le quedaba -. Poneos en pie y enseñadme mi recompensa –la miró, lascivo. La reina se levantó y dejó caer sus ropas al suelo, mostrándose desnuda.

-La reina velará por el rey, mi señor –murmuró, tomando una mano de su esposo y llevándola hasta su intimidad -. Pues una reina sin un rey no es nada. Al igual que un rey nadie es sin su reina.

-¿Quiere eso decir que me sois fiel, Aisha? ¿Siempre? Jugad –la miró a los ojos, mientras que un dedo se perdía en las profundidades de su cuerpo.

-La reina siempre es fiel –respondió en un gemido. Pero vos ya no me veis como vuestra reina, ahora no soy más que la que una vez os diera a vuestro heredero. Movió su pieza, dejando al rey desprotegido.  

–Jaque mate –dijo él, triunfante –Y ahora, dejad que disfrute de mi trofeo.

-Soy vuestra, mi señor.

Esa sería la última noche en la que él ganaría.  

 

Volver