Capítulo 1

16.09.2013 23:20

A llegar a casa Clara metió la llave intentando no hacer ruido y cruzó el pasillo hasta la cocina. Al otro lado de la puerta unos aullidos lastimeros y una pata arañando el suelo la hicieron sonreír. Dejó la bolsa del trabajo en el suelo y abrió, saludando al cachorro de pastor alemán que meneaba el rabo enérgicamente. El perro siempre la saludaba así cuando le tocaba a ella sacarlo por las mañanas, los mismos días que llegaba de trabajar en el turno de noche. Así lo habían acordado cuando Jorge le había regalado el cachorrito para su cumpleaños. El resto de la semana ella lo sacaba tardes y noches, aprovechando estas últimas para hacer footing. Le hizo un par de carantoñas antes de coger la correa y atarla a su collar. El animal se retorció, despreciando esa estúpida cuerda que lo mantenía atado. Clara sentía lástima por él, si ella fuera un perro no querría tener a alguien detrás que le impidiese ir a olisquear un rincón misterioso o jugar entre la hierba, pero las normas eran las normas y una multa por tener al cachorro suelto no era algo por lo que ella estuviera dispuesta a pasar. Y Jorge menos.

-Vamos, ¡a la calle! –Lo animó en voz baja; él respondió con dos sonoros ladridos, agitando el rabo –Shhh… vas a despertar al amo gruñón y no queremos eso.

El perro no pareció escucharla, dio un par de ladridos más y tiró de la correa, yendo hacia la entrada. Quería salir. Necesitaba salir.

No le llevó más de veinte minutos sacarlo a hacer sus cosas, le dio un par de palmaditas y murmuró un perro bueno como premio por su buen comportamiento. Si no estuviera tan cansada hubiera dado un paseo corto por la barriada, pero al final la noche no había sido lo tranquila que ella hubiera deseado. Al menos había tenido tiempo para terminar la primera página del blog y Carmen había dormido un par de horas; después todo había sido un infierno. Era matemático, si un paciente necesitaba atención, entonces otros tres también la necesitarían y así se acababa la calma. Se frotó los ojos, adormilada, pensando en lo cómoda que estaría en su confortable cama, abrazada a él. Miró al perro, que le ponía ojitos, como si supiera lo que ella estaba pensando.

-Lo siento bonito, tendrás que esperar a que Jorge se levante. El paseo acabó por hoy.

Ya en el piso le costó lo suyo dejarlo en la cocina y asegurarse de que no se pusiera a ladrar, o peor, a aullar. Los ladridos de un cachorro no eran nada comparado con su llanto. Éste último era simplemente insoportable, se le metía en la cabeza y acababa preguntándose porque diablos no se habían comprado un gato. Cuando al fin se cansó y fue a su cesta, haciéndose un ovillo, Clara suspiró, aliviada y cerró la puerta. A ella no le hubiera importado dejarlo por la casa pero Jorge era muy estricto con ese tema. Mientras ellos no estuvieran o estuvieran durmiendo, el perro se quedaría en la cocina. Hay que enseñarle desde el principio quien manda, había dicho y ella se había encogido de hombros. Si no podía discutir con él para que la dejase fumar en casa no lo haría para defender al cachorro.

Agotada, recogió la bolsa que había dejado en el pasillo y fue hasta el dormitorio. La dejó sobre una silla y empezó a quitarse la ropa, notando como se le caían los ojos de sueño. Entró en el baño ya desnuda y abrió el grifo de la ducha. Se enjabonó con rapidez, sin mucha ceremonia, sólo quería terminar rápido y meterse en la cama. Apenas cinco minutos después se ponía un camisón y se soltaba el pelo que había recogido en un moño para no mojarlo y apartó la colcha y la sábana de su lado de la cama. Se acomodó y cerró los ojos. Casi no notó como él se daba la vuelta y la abrazaba por detrás, dándole un beso en pelo.

Cuando despertó ya era la hora de comer y se oía ruido desde el salón-comedor. Se estiró, desperezando cada músculo y se incorporó, quedando sentada en la cama, sin muchas ganas de moverse. Enseguida el manojo de pelo negro y marrón fue a saludarla, saltando sobre el colchón. Ella le respondió frotándole la cabeza y apretándola entre sus manos, regañándolo cuando intentó lamerle la cara. 

-Perro malo, quieto.

-Quizás si lo llamaras por su nombre te obedecería.

Clara alzó la vista y sonrió, estirando los brazos. Jorge se sentó a su lado y la abrazó, tomando su rostro para besarla, apartando al perro con la mano que tenía libre. Llevaba unos viejos vaqueros y una camiseta de mangas cortas, ropa de estar por casa. Ella protestó cuando él interrumpió el beso, atrayéndolo unos segundos más.

-Buenos días –susurró sobre sus labios. Él le respondió apartándole el pelo de la cara y dándole un último beso antes de alejarse definitivamente.

-La comida está lista.

-Genial. Me muero de hambre.

-¿Una noche ajetreada? –preguntó, acariciando al perro que yacía panza arriba, llamando la atención de sus dueños.

-Primero estuvo bien, luego se convirtió en una pesadilla. Y Javi sigue de baja así que…

-¿Siguen sin mandaros a alguien que lo cubra?

Ella se rio. Hacía ya mucho que se tomaba las cosas del trabajo con humor, no le quedaba otra, si un día empezaba a cabrearse por lo mal que iba todo en el hospital empezaría a matar gente. Y no pacientes precisamente.

-Sí, siguen sin mandarnos a nadie. Y a estas alturas dudo mucho que lo hagan. El sustituto de Javi será Javi cuando se recupere. –Bostezó, estirando de nuevo los brazos –Dios, tengo tanto sueño que me quedaría en la cama toda la tarde.

-Duérmete entonces, no tienes nada mejor que hacer en todo el día.

-No, da igual, ya me levanto.

-Como quieras, te esperamos en el comedor. ¡Vamos Alumno!

El perro alzó las orejas y se bajó de la cama torpemente, cayendo al suelo. Se levantó sin preocuparse de la dignidad perruna perdida y correteó por el pasillo, detrás de su amo.

-Sigo diciendo que Alumno es un nombre ridículo para un perro –murmuró antes de ponerse en pie.   

Trató de no reírse al ver como Jorge intentaba enseñarlo a sentarse con un trozo de pan. El amo incumpliendo una regla. Nada de darle comida de nuestra mesa, habían acordado entre los dos. Pero era las ventajas de ser amo, podía incumplir las normas sin represalias.

-Siéntate, Alumno, sentado –Lo decía alto y claro, alzando el pan todo lo que su brazo le permitía, obligando al perro a echar la cabeza hacia atrás para poder seguirlo con los ojos, hasta que terminaba por sentarse. Jorge lo aplaudió y dejó caer el premio, satisfecho. Clara se sentó a su lado, sirviéndose gaseosa, mirando con reprobación a ambos. Jorge la miró. -¿Qué?

-Nada… -respondió, empezando a atacar los espaguetis a la boloñesa -¿Me pasas el queso?

-Es para enseñarle –se justificó mientras que tomaba la bolsa de queso en polvo y se la acercaba –Y funciona.

-Le enseñas un truco innecesario rompiendo una regla necesaria –señaló –pero yo no digo nada, que luego es mi culo el que lo lamenta.

Enrolló la pasta y se llevó el tenedor a la boca, cerrando los ojos con placer al saborear la comida. Jorge era un completo inútil cuando se trataba de guisos o potajes, pero las salsas de pasta le salían como a nadie y la boloñesa era su favorita. Tragó antes de mirarlo, parecía pensativo.

-Estás enfadado –afirmó, tomando la barra de pan.

-¿Tu culo es el que lo lamenta? –Preguntó, su voz peligrosa –Dime que fue lo primero que me dijiste ayer cuando te zurré.

-Tengamos la fiesta en paz.

-No intento empezar una discusión, sólo quiero que lo recuerdes. Vamos, que fue. 

-Pues… -hizo como si pensara, frotándose la barbilla en un gesto exagerado. Sabía que él quería una respuesta rápida y clara, pero le encantaba provocarlo, era algo que le salía de forma natural. El encanto de la sumisa rebelde, decía él.

-Cariño… responde. Ahora –El tono que no admitía réplicas, el mismo que la calentaba en cuestión de segundos. Pero ambos estaban cansados. Sabía que él también se había quedado despierto hasta tarde, corrigiendo exámenes.

-Dije: más, amo, deme más –contestó al fin, mirándolo a los ojos.

-¿Y te lo di? –insistió; ella resopló. Clara disfrutaba de los castigos de su amo, siempre que no fueran muy severos, y sobre todo de lo que venía después, pero por alguna extraña razón no le divertía confesárselo a él. Era como si el simple gesto de decir me gusta lo que hacemos le diera aún más poder a Jorge, y a su juicio, ya tenía bastante. Un argumento bastante estúpido si tenía en cuenta que estaba escribiendo un blog donde hablaba de su satisfacción como sumisa.

-Sí, me lo diste –respondió entre dientes.

-¿Y? –Él sonrió, esperando que dijera lo que quería oír. Ella entornó los ojos.

-Me encantó, fue genial, increíble, sublime, un polvo de película. ¿Podemos seguir comiendo?

Jorge se rio y alzó su vaso, triunfante. Clara volvió a atacar los espaguetis, ignorando el gesto de victoria de su novio. Muy maduro…

-Disfruta de la comida, amor, después tendrás que rendir cuentas. –Ella se atragantó. Bebió rápidamente un trago de gaseosa, provocándole arcadas. Cuando se recuperó lo miró, desconcertada. Vale que disfrutase de los castigos, pero todo tenía un límite y el día anterior ya le había puesto las nalgas bien rojas. Incluso podía oírlas quejarse sólo de pensar en más azotes.

-¡Por qué! Si te he dicho lo que querías oír.

-A, no quiero que me digas lo que quiero oír, sino lo que piensas, aunque en esta ocasión sea lo mismo. Y B, ¿no tienes nada que contarme? ¿Nada que yo deba saber?

-Esto… -¿Qué diablos había hecho? No le había dado tiempo de cometer ninguna falta, no había fumado en casa y había sacado al perro, así que… Mierda. –Te lo iba a contar.

-¿Sí? ¿Cuándo? –gruñó, advirtiéndole sin tener que decirlo que no se le ocurriera apartar la mirada.

-Cuando publicase el primer artículo… no pensé que te molestaría tanto… como siempre dices que debemos verlo como algo normal. 

Jorge la miró fijamente durante unos segundos más, luego lanzó una carcajada. 

-¿Crees qué estoy cabreado por el blog? –Ella asintió, confusa -. No cariño, me parece una buena idea, incluso podemos grabar un vídeo si te apetece y colgarlo.

-Estás de coña. –Estaba perpleja. ¿Le parecía bien? ¿Y acababa de sugerir que grabasen un vídeo porno? ¿Quién era ese hombre y que había hecho con su profesor agresivo?

-O también podría dejarte atada a la cama y hacerte algunas fotos, podemos decir que son artísticas –añadió con humor.

-Vale, déjalo –soltó un bufido y siguió comiendo, ignorando como se burlaba de ella, incluso sintiendo un gran alivio al saber que no le parecía mal su idea. Casi había terminado cuando él dejó de reírse; volvió a hablarle, de nuevo con tono serio.

-¿Y bien? Sigo esperando.

-¿Esperando qué? –Masculló, empezaba a perder la paciencia. No había hecho nada malo desde el día anterior. Pero él volvía  mostrar esa expresión de “no me gusta que me mientas” y eso no avecinaba nada bueno. Trató de pensar, pero negó, estaba demasiado cansada como para recordar. Se decidió por cambiar de táctica, lo miró con remordimiento y habló con voz amable, dulce, sumisa. –Lo siento señor, me gustaría resarcirlo por mi ofensa.

Jorge suavizó el rostro, después de dos años ella sabía como actuar como sumisa, incluso cuando en realidad quería mandarlo a la mierda. Él hubiera preferido que su arrepentimiento fuera real, pero por algo se empezaba. Además, Clara ni siquiera se había dado cuento de su fallo. La tarde anterior había sido duro con ella, no severo, pero duro. Lo dejaría pasar. Por ahora. Volvió la vista hacia su plato y continuó con la pasta, ya fría. Cuando terminó se levantó y empezó a recoger la mesa, sin hablarle, aumentando su ansiedad. Se sentó de nuevo trayendo de la cocina un racimo de uvas y unas rodajas de melón. Las dejó en la mesa, animándola a comer con un gesto.

-No voy a azotarte, no hoy.

Clara suspiró, más tranquila. No por miedo, porque si él hubiera decidido castigarla y ella se hubiera sentido indispuesta le hubiese bastado con su palabra de seguridad. Jorge se tendría al instante, sólo con oírla. No le tenía pánico a los castigos, pero no se sentía con ánimos como para tener uno esa tarde. Tomó una uva y la acercó a sus labios.

-Gracias.

-No me las des. –Aceptó la fruta, lamiendo ligeramente los dedos con que se la ofrecía. Ella sintió un escalofrío. Esperó a que continuase. –Hoy estás demasiado cansada y castigarte sin que sepas por qué lo hago es una pérdida de tiempo.

Asintió, una sumisa siempre debía saber porque era castigada. Él simplemente podría decírselo, pero lo conocía demasiado bien. Quería que ella misma lo averiguara.

-¿Será suficiente con un día? –Jorge le preguntó, arrancando otra uva del racimo, rozando con ella su boca, tal como antes había hecho Clara con él.

-Sí, señor –aseguró y se dejó alimentar agradecida por la pequeña tregua y a su vez preocupada. ¿Qué se suponía que había hecho?

Durante el resto de la tarde no hicieron nada especial, vieron una película y después de la hora del café él se sentó en la mesa con poco entusiasmo y el montón de exámenes que aún tenía que corregir. Clara se quedó tumbada en el sofá, pensando en cual sería el motivo por el que él quería castigarla, sin encontrar ninguna explicación. Notó como empezaba a quedarse dormida y decidió despejarse continuando con sus proyectos. Se dedicó primero al blog de cocina, tecleó a gran velocidad la receta del lomo a la naranja que había dejado a medias y la subió junto con una foto del plato que había preparado unos días antes. A Jorge le había encantado y se lo había “recompensado” tumbándola en el sofá con las manos atadas a la espalda para después hacerle el amor, primero lentamente, hasta dejarla suplicando y después con furia, disfrutando de sus jadeos y sus gritos.

Cuando terminó con el blog de cocina se dedicó al otro, escribiendo sobre la tarde en la que lo había conocido en el hospital. Se le fue el tiempo en ello, sonriendo a medida que recordaba aquel día.

Ella no se soltó, no se sentía molesta, todo lo contrario. Sentía como el calor se reunía en algunas partes privadas y también en su rostro; lo miró, queriendo decir algo, que la soltara, que apretase más, que le hablase, pero nada de eso sucedió. Él rozó con la yema de los dedos la muñeca, acariciando las tres estrellas que se había tatuado a los dieciséis años. Primero la fuerza al agarrarla, después la suavidad al acariciarla; una perfecta y erótica combinación que hizo que se le erizara el vello y se le mojara el culotte. Y entonces la soltó, no sin antes mirarla de arriba abajo; ella juraría que se había detenido más de la cuenta en su entrepierna. Luego simplemente sonrió y se marchó.

Aún aturdida por lo que acababa de pasar volvió a la planta, donde apenas escuchó los reproches de su jefa ni las preguntas curiosas de sus compañeros, que la notaron distante, rara. Trabajó medio ida, atendiendo a los pacientes sin apenas hablar, cuando por lo general solía mostrarse simpática y cercana. No intercambió una palabra con Carmen ni Javier, no podía dejar de pensar en aquella mano que la había agarrado con tanta firmeza, la habían hecho sentirse acalorada, mojada, excitada. Y sobre todo, con eso se había olvidado por completo de su ex. Tenía que volver a verlo. Tenía que conocerlo. Necesitaba saber si aquella excitación era producto de su desesperación o si realmente ese hombre tenía algo especial. Algo que su cuerpo había notado mucho antes que su mente. No tenía su dirección, ni su nombre, ni nada, pero sabía donde podía averiguarlo. Sólo tenía que pensar en un traumatólogo encantador.  

-¿Te pillo ocupado?

-¡Clara! ¡Cuánto tiempo reina! Empezaba a preguntarme cuando pasarías a saludar.

Clara se puso de puntillas para poder alcanzarlo y darle un par de besos a modo de saludo. El doctor la abrazó, se conocían desde críos, él había sido el mejor amigo de su hermano mayor. La llevó hasta una máquina y sacó unas patatas, ofreciéndole el paquete al abrirlo. Ella negó, ansiosa por preguntarle por el hombre del brazo roto. El guapísimo hombre del brazo rato. Él la miró, notándola rara, excitada.

-¿Va todo bien?

-Sí, bien, gracias.

-Me encontré a tu madre el otro día en el super, me dijo que lo habías dejado con… ¿cómo se llamaba?

-Andrés, pero eso es agua pasada.

-¿En serio? Me dijo que estabas bastante afectada.

Resopló, diciéndose para sí misma que tenía que hablar con su madre, pero eso después. Ahora tenía otras cosas más importantes en las que pensar.

-No en serio, está superado. –Desde hace una hora lo está.

-Me alegro –comentó él.

-Gracias, yo también. Oye, necesito pedirte un favor –decidió ir al grano, antes de que se le fuera el valor y decidiera dejar al tío de la salida en paz. Y ella no quería dejarlo, tenía que conocer a ese hombre que la había hecho excitarse con sólo cogerle de la muñeca. 

-Ya me parecía a mí –suspiró –Bien, tú dirás.

-Esto… podemos hablar en un sitio más privado –le pidió, mirando a su alrededor. Daniel se burló.

-Esto no es Hospital Central, nena, aquí la gente pasa de los cotilleos, va a lo suyo.

-Bien… escucha… quería preguntarte por un paciente que has tenido hoy, bueno, supongo que lo has atendido tú.

-Hoy he tenido unos cuantos, ¿cómo se llama?

-No sé su nombre –suspiró. A eso vengo, a que me lo digas –pero te lo puedo describir. Alto, el pelo negro, los ojos marrones…

-Acabas de describirme a la mitad de los hombres de esta ciudad.

-Ya… muy guapo, con un poquito de barba, de esos que te dejan sin respirar nada más verlos.

-Creo que me habría fijado si hubiera visto a un tío así.

Ella frunció el ceño, su amigo no estaba cooperando.

-El brazo roto –dijo exasperada. –llevaba unos vaqueros y una camiseta…

-¿Camiseta roja de mangas cortas? ¿Zapatos marrones? ¿Con un reloj plateado y una pequeña cicatriz en el codo?

-Joder, menos mal que no te habías fijado.

-No es mi tipo, no lo veo tan guapo como dices, pero tenía un buen paquete.

-Da igual como lo veas, es hetero.

-¿Cómo lo sabes?

-Esto… -Me desnudó con la mirada y eso que le había quemado con un cigarro –simplemente lo sé. ¿Podrías buscar su dirección? ¿Por favor?

-Sabes que no puedo hacer eso.

-Por favor –le rogó, poniendo esa cara de niña buena que él conocía tan bien. Daniel trató de no reírse.

-¿Caritas a mí? ¿En serio?

-Por favor –suplicó, sabiendo que su tono infantil lo pondría nervioso.

-Sí que te has olvidado de Andrés, sí –observó.

-En realidad no es para lo que tú crees. Necesito hablar con él –dijo. No era una mentira, no del todo. Quería pedirle disculpas antes de hacer cualquier otra cosa.

-¿Sí? ¿De que quieres hablar?

-Le quemé con un pitillo –confesó. El doctor la miró sorprendido.

-Y quieres mandarle un ramo de flores, claro.

-No, él después… bueno me sujetó del brazo.

-¿Y vas a denunciarlo por agresión? Eso es pasarse.

-Que no, joder. ¿Sabes eso que te pasa a ti cuando ves por la tele al de White Collar?

-¿Que maldigo mi mala suerte por no haber nacido en Estado Unidos? Y encima es de los míos, hay que joderse –masculló.

-Sí, eso. Pues ahora piensa que llevo más de un mes sin hacer nada y que el tío me miró como si quisiera comerme.

-Cielo… no quiero quitarte la ilusión, pero salió de aquí con un brazo roto y tú vas y le quemas el otro con un cigarro. Si se acuerda de ti es para cagarse en tu madre.

-¡Me vas a dar la dirección o no!

-Me puedes meter en un lío, esa información es privada.

-Pero tú no tendrías la culpa de dejarte el ordenador encendido por un minuto,  con su historial en la pantalla, porque tenías que asegurarte de haberle recetado la dosis justa de calmantes. Y que yo pasara por delante en ese preciso momento y leyera lo que pone sería pura casualidad.

-La dosis justa ¿eh?

-Todo sea por el bien del paciente.

-Eres de lo que no hay –suspiró –Está bien.

-Gracias, ¡eres un sol! –lo besó en las mejillas y en la frente. Una auxiliar y un enfermo que estaban en el pasillo los miraron, con curiosidad.

-Los de psiquiatría dicen que es bueno que camine un rato por el hospital –se excusó.

La llevó hasta un ordenador y tecleó con rapidez, hasta dar con lo que buscaba.

-Aquí lo tienes, Jorge Martínez García. Apellidos con glamour, sí, señor.

-Tú te apellidas Limón, así que no hables –replicó mientras que apuntaba a toda prisa la dirección -. Listo, muchas gracias Dani, eres un ángel.

-Sí, un ángel que negará conocerte cuando el tío te denuncie por acoso.

Ella lo abrazó de nuevo, prometiéndole no decir nada sobre su cómplice en el delito. Luego se marchó, riendo al oírle desde lejos:

-Si se enamora de ti después de verte con el pijama de enfermera, es que es el hombre de tu vida.

-¿Pensando en algo divertido? –Jorge la miraba con curiosidad, ignorando los exámenes que tenía sobre la mesa, pendientes de corregir. Clara negó, caminó hacia él, colocándose detrás; le frotó los hombros, presionando con suavidad, sabía que odiaba corregir.

-¿Te quedan muchos?

-Estoy por echarlos al aire y los que caigan en la mesa, aprobados.

-¿Y el resto?

-Tengo el coche a todo riesgo, no hay peligro. 

Ella se sentó a su lado, cogiendo uno de los folios. -¿Un dos? –preguntó, arqueando las cejas.

-Ha escrito España con x.

-¿En serio?

-Ajá. Y lee ésta de aquí –le señaló una de las primeras preguntas. Nombra las cuatro provincias de Cataluña.

-“Uff, las de los gilipollas esos que se kieren ir de Expaña k se la aprendan ellos” –leyó -.Que simpático –comentó, dejando el examen a un lado.

-Sí, adorable. Más le valdría aprender a escribir el nombre de su país antes de ponerse a defenderlo –gruñó.  

-Te dejo con tu maravilloso trabajo. Voy a salir un rato, que me de el aire.

-Y a echarte un cigarrito, ¿no?

-A tu salud –le aseguró, besándolo en la mejilla. Jorge la tomó del rostro y le respondió apretando los labios contra los suyos, durante unos segundos. Luego la soltó, dándole una palmadita juguetona en el trasero.

-Pásate por el super, se nos ha acabado el pienso.

-Vale, ¿necesitamos algo más?

-Varias cosas, pero podemos ir mañana con el coche.

-Te veo luego. Y recuerda que te metiste a profesor porque formar a niños que serán el futuro del país es muy gratificante.

-Sí, porque desde luego por el sueldo no fue –murmuró.  

Clara bajó las escaleras al trote, disfrutando al salir del portal de la agradable brisa que se levantaba a última hora de la tarde por esa época. Se encendió un cigarro, inspirando el humo y dejándolo salir lentamente. Un mal vicio, pero en su defensa siempre podía decir que había bajado el número a tres al día. Que su pareja se negara a besarla si le olía el aliento a tabaco había tenido bastante que ver en esa decisión, pero la fuerza de voluntad era sólo suya.

Dio una vuelta por el barrio, saludando a la pareja de viejecitos que vivía justo encima de ellos. En el parque divisó a los niños de la del Primero, les hizo un gesto con la mano y siguió caminando, preguntándose cuando llegaría el día en que ella y Jorge hablaran de tener hijos. Desde pequeña decía que quería la parejita y que la tendría con el hombre de su vida, pero nunca le había comentado ese pensamiento al profesor, ni tampoco le había preguntado que pensaba al respecto. Sólo llevaban dos años juntos, eran jóvenes, podían disfrutar de unos añitos más de libertad.

Se sentó en un banco, pendiente de la hora, si le cerraban el supermercado y volvía a casa sin el pienso su culo estaría en problemas y ya tenía bastante con la tarea misteriosa. Intentó recordar de nuevo, pensó en todo lo que había hecho desde la noche anterior, pero estaba en blanco. Todavía tenía tiempo para adivinarlo y por su bien más le valía hacerlo o entonces si que se metería en un lío. Prefirió dejar el tema a un lado y pensar en lo que seguía escribiendo en el blog. La tarde en la que conoció a Jorge.

Habían pasado tres días desde que apuntara la dirección del hombre de la entrada de Urgencias, Jorge. Se estremecía al pensar en como la había sujetado, como la había mirado. Nunca antes la habían hecho sentir así. Trató de acordarse de algún momento en el que Andrés o alguno de sus ex le hubieran acelerado el corazón de esa manera, pero no había nada. Sólo quizás… una tarde en la que Martín, un novio de la universidad, y ella habían acabado discutiendo a gritos y después habían tenido una reconciliación de esas que no salen por la televisión en horario infantil. Recordó como en aquel momento de pasión él le había dado un par de azotes en el culo, no fuerte, sólo jugando y ella le había rogado por más. Después de aquella noche no habían vuelto a hablar de ello, ni sus posteriores parejas le habían hecho algo parecido y sólo de pensar en que Jorge lo hiciera…

Abrió las ventanas del diminuto piso de alquiler donde vivía, tan deprimente como barato. Cogió el papelito donde había apuntado la dirección. Encendió un cigarro, lo acabó, encendió otro, se dejó caer en la cama con frustración. Miró el reflejo que la observaba desde el espejo situado en una esquina de la habitación. Se levantó, echando una ojeada a lo que veía. Alta, con mucho pecho y un culo que a ella le parecía demasiado grande, caderas redondeadas y piernas largas. Le sobraban un par de kilos, pero no era algo que la obsesionara. Tenía los ojos ámbar, grandes y unos labios que no le disgustaban. Andrés los había descrito como muy “besables”, pero eso no fue suficiente para él, pensó como amargura. Se soltó el cabello, que en casa siempre llevaba recogido en una cola de caballo y sonrió, era una de las pocas cosas que no criticaba cuando se veía en el espejo. Le gustaba su color, rubio oscuro y su caída en ondas por los hombros. Se preguntó como la vería él. Bueno, la había mirado con deseo, eso no podía negarlo, así que algo de ella le gustaría. Releyó una vez más la dirección. Se miró en el espejo de nuevo, el reflejo le devolvió la mirada, desafiante. ¿Qué? ¿Tienes ovarios o nos quedamos otro día más a dos velas?

Se acabó, se dijo, por intentarlo no pierdo nada.     

Aparcó el coche cerca del edificio, golpeó repetidamente el volante con la yema de los dedos. ¿Y ahora qué? Se había arreglado, tampoco es que se hubiera vestido para cenar con el capitán de un crucero, pero estaba guapa con el vestido verde agua y los tacones de color beige. Apenas se había echado sombra de ojos ni rímel, quería darle todo el protagonismo a sus labios. Se veían bien, muy bonitos, hipnotizadores. Respiró hondo, se había arreglado y una mujer nunca se arregla para pasarse la tarde metida en un coche. No si no estaba acompañada.

Salió pisando fuerte, segura de sí misma, sabía lo que quería y lo tendría. Usaría el estúpido cigarro como excusa para ir a visitarle y ya después surgiría el resto. Era un plan sencillo, pero la vida le había enseñado que improvisar siempre surgía mejor efecto que planear. Además, improvisando podía culpar a la suerte si la cosa salía mal.

Llamó al portal, sin dudar, pero la confianza murió cuando lo oyó a hablar.

-¿Sí?

Soy la enferma que te quemó. No, sonaba fatal. Quiero echarte un polvo. Tampoco.

-¿Hay alguien ahí? –él empezaba a impacientarse. Clara suspiró.

-Soy yo –dijo, sintiéndose como una estúpida.

-Sube.

Se quedó mirando el telefonillo con cara de tonta, ¿de verdad le había abierto? Subió las escaleras, hasta situarse frente a la puerta. Volvió a tomar aire, ya había llegado hasta allí, lo demás era pan comido. Le dio al timbre. 

-¿Otra vez soñando despierta?

Él estaba frente a ella, con Alumno atado. Clara sacudió la cabeza, aturdida. Miró la hora, el super cerraría en unos diez minutos.

-Me voy antes de que cierren –se marchó rápidamente, dejando a los dos hombres de su vida allí plantados, mirándose. El perro tiró hacia ella, pero Jorge lo mantuvo quieto. Ya era la segunda vez que se quedaba en las nubes. Se preguntó es que estaba pensando antes de que la interrumpiera.       

Soltó al perro nada más llegar al piso y fue hasta la cocina. Desde allí podía oír los dedos furiosos de su novia tecleando con rapidez. Le echó una ojeada a la nevera y chasqueó la lengua, cerrándola. No tenía ganas ninguna de cocinar y suponía que ella tampoco. Le preguntó si quería pedir algo para cenar y marcó el número del kebab de la esquina.

Clara terminó de escribir un buen rato después y se frotó los ojos, cansada de estar tanto tiempo frente a la pantalla del ordenador. Dejaría la página del blog para el día siguiente, ahora quería pasar un ratito con su chico. Estuvo a punto de cerrar la página cuando se fijó en algo. Lo que había escrito en el hospital, releyó unas líneas.

-Vaya… así que era eso…

Decidió dejarlo para después, ahora le apetecían mimos, no regañinas. Se acurrucó a su lado en el sofá, él la rodeó con un brazo. Ya tenía la mesa preparada para cuando llegase la comida; normalmente se repartían las tareas del hogar, pero ese día ella no había tenido que hacer nada. Era genial sentirse tan cuidada. Y todo con detalles tan insignificantes como ese. Le dio un beso en el cuello en agradecimiento y siguió mirando la televisión.

Tras la cena le dio al profesor que se duchara que ella se ocuparía de recoger la mesa. Mientras fregaba se preguntó que es lo que quería en ese momento. ¿Realmente deseaba esperar a mañana para compensar su falta o deseaba su castigo? Se sentía bien, no estaba tan dolorida como creía que estaría y quizás Jorge sería más amable si ella misma se ofrecía para el correctivo. O quizás no…

Se sentó en suelo del salón a jugar con el cachorro, liberándose de sus dientes cuando el animal la mordía con demasiada fuerza. En eso Alumno se parecía a su dueño, observó. Cuando lo oyó salir de la ducha alzó la vista, reprimiendo un suspiro cuando lo vio salir del baño secándose el pelo con una toalla, sin camiseta. No es que fuera muy musculoso, pero a ella le encantaba su cuerpo; sin la tan ansiada tableta de chocolate por la que todas suspiraban, Jorge era muy varonil y el suave aunque oscuro vello que se perdía en su ropa interior la volvía loca.

-Estoy agotado –le dijo.

-Yo también… ¿me esperas en la cama? –Él asintió, dándole una caricia al perro antes de dirigirse a la habitación. Ella se levantó unos minutos después, había tomado una decisión sobre su castigo.  

 

Jorge se había metido en la cama, en ropa interior, con la espalda apoyada en el cabecero, leyendo un libro. El libro. Clara se arrodilló a su lado sobre el colchón, más intrigada que preocupada.

-La verdad es que es malísimo –reconoció, dejándolo en la mesita de noche. Ella sonrió, divertida, aunque que él estuviera de acuerdo con su opinión no la libraría del castigo. Le había mentido igual.

-Lo siento.

Él le acarició el rostro cariñosamente. –Tres meses diciendo que te encanta y te basta dos párrafos en tu blog para decir que es un coñazo –la regañó -. Y además te ha costado comprender tu error.

-Tú lo viste nada más leerlo, ¿eh?

Ambos se rieron. –Entonces…

-No te voy a castigar ahora, ya te lo dije. –Clara asintió; Jorge la observó, leyendo su rostro con atención. No parecía aliviada. Los labios de él se curvaron hacia arriba, si la joven quería algo tendría que pedirlo. Y ella lo sabía.

-Yo, estoy bien ahora, no me importaría –probó, tanteando el terreno.

-¿Intentas decirme algo? –la presionó, disimulando la diversión. Le gustaba ver como todavía después de tanto tiempo intentaba reprimir sus sentimientos y sus necesidades. Parecía que aún no había comprendido que con él eso no funcionaba. Era un amo, su amo, y si ella no hablaba por sí misma, Jorge la obligaba.

-Es sólo que… merezco el castigo ¿no?

-Sí, te lo mereces.

-Entonces, ¿para que dejar para mañana lo que podemos hacer hoy?

-Sabes que esto no funciona así. ¿Quieres algo? Pídelo y asegúrate de ser lo suficientemente amable.

No respondió, decidió actuar. Se quitó el camisón, lo dejó caer al suelo y luego desabrochó su sujetador. Él no dejó de mirarla, pendiente de todo detalle, esperando también. Ella podría provocarlo cuanto quisiera, pero sin las palabras mágicas el amo no se movería. Aunque le estuviera costando lo suyo no tomarla del brazo y tumbarla sobre su regazo.

Clara cogió la mano masculina y la llevó hasta su pecho. Él la dejó hacer, sin perder la seriedad, atento. La enfermera cerró los ojos al sentir como la sensible piel reaccionaba ante su toque. Jorge abarcó el pecho y apretó, tomando el pezón entre los dedos, pellizcándolo sutilmente, ella suspiró. Después apartó la mano, todavía esperándola.

Ella se acercó aún más a él, su rostro casi pegado al suyo. Clavó los ojos en los del amo, ahora completamente oscurecidos por la excitación. Lo besó, ella era la sumisa, pero eso no le impedía tomar sus labios cuando le apetecía. Jorge era suyo y su boca le pertenecía. Él le permitió jugar unos segundos, aceptó lo que ella le daba, pero luego se apartó, sujetando su barbilla. Clara jadeó.

-Quieta –le advirtió. Esta vez fue él quien atrajo su rostro y la besó, sin ternura alguna. Sabía cuando ella deseaba cariño y cuando tenía ganas de jugar. Apretó sus labios contra los suyos, su lengua invadió su boca, sin dejar ni un solo lugar sin registrar. La agarró con fuerza del pelo, inmovilizándola, tomando lo que quería de ella, hasta saciarse. Abandonó su rostro para bajar por su cuello, notando a través de los labios como el pulso se le aceleraba. La mordió allí, fuerte, disfrutando del pequeño grito que era música para sus oídos. Pero de nuevo la apartó, sabiendo que la tenía justo donde quería.

-Castígame, señor. Por favor.

Ahí estaba, tan sumisa, dispuesta a todo.  Dio unas palmaditas sobre el colchón, ordenándole con la mirada que se colocara ella misma. Reprimió un jadeo cuando se tumbó boca abajo, ya completamente desnuda, colocando un cojín bajo la pelvis, alzando sus nalgas para él. Aquella posición lo volvía loco, no tanto como cuando la había tenido sobre sus rodillas el día anterior, pero hacer siempre lo mismo era aburrido. Ahora tenía a su chica esperando, ofreciéndose y eso lo excitaba aún más. Tanto como a ella.   

Clara se acomodó, agradecida de estar en la cama y no con él en una silla, posición mucho más humillante en la que se quedaba completamente indefensa. Jorge solía dejar esta última para cuando realmente estaba enfadado, aquella noche no era necesario. Ambos estaban relajados, disfrutando de lo que compartían. Él esperó a que encontrase una postura más o menos confortable, acariciando su espalda mientras tanto, apartándole el pelo y echándolo a un lado. 

-Hoy me siento generoso –le dijo –así que puedes elegir, rápido o lento.

Lo miró por encima del hombro, sorprendida. Jorge nunca le daba a elegir, él siempre decía como azotarla, sin pedir su opinión. Se sentía generoso decía el muy cabrón. En realidad quería presionarla un poco más, hacerla pensar sobre lo que quería y lo que no en ese momento. El amo le dio un par de palmaditas en el culo, una clara advertencia de que no esperaría mucho tiempo. No podía pensar teniendo sus manos sobre su cuerpo, era una de las ventajas de ser sumisa, que no tenía que decidir nada, sólo sentir, pero esta vez él le quitaba eso. Rápido sería más duro, un azote tras otro, sin darle tiempo para aceptarlos o relajarse, sin palmadas preparatorias. Lento duraría mucho más tiempo, con caricias y pausas acompañando las nalgadas, y acabaría calentándola tanto o más que si fuera rápido.

-Clara…se me acaba la paciencia.

-¡Lento! –Gritó –Lento, señor.

-¿Segura?

-Sí –masculló. Sólo empieza de una vez.

-Muy bien. Lento entonces.

Pasó la mano por su trasero varias veces, notó como ella se tensaba, ante el reflejo natural de quien espera el dolor. La acarició entre las nalgas, rozando distraídamente alrededor de su ano. Clara emitió un extraño sonido, mitad súplica, mitad protesta y entonces él levantó la mano y la dejó caer sobre la nalga izquierda.

Ella no se quejó, ni tampoco se movió, no le había dolido mucho, las primeras nalgadas siempre se las daba sin dureza, preparando la piel para el verdadero castigo. Pero sabía que después de las primeras venían las otras y esas sí dolían. Su cuerpo las aceptaba encantado, ella las disfrutaba cuando todo acababa, pero dolía y a veces acababa llorando. Apretó los labios cuando recibió el segundo azote un poquito más fuerte que el anterior. Gimió cuando de nuevo la acarició y jadeó cuando llegaron el tercero y el cuarto, justo en la línea que separaba las dos nalgas. La piel empezaba a calentarse. Pronto comenzaría a doler. Y ella empezaría a arder.

-¿Cuántas van? –le preguntó, acariciando allí donde el blanco pasaba a rosado.

-Cuatro –suspiró –señor.

-Quiero que cuentes. Si te equivocas, empezamos de nuevo.

Ahí empezó el castigo. Clara recibió una buena azotaina, cada nalgada más fuerte que la anterior, distribuidas por todo su trasero. Con cada una sintió las ansias de él por darle lo que necesitaba y también el enojo por haberle mentido. Era una de las principales reglas, una de las pocas que servían para los dos. Nada de mentiras, ni la más tonta, ni una piadosa. Ella no había tenido intención de engañarle, simplemente había querido ser amable, pero con una relación como la que mantenían hasta el más absurdo detalle contaba. Respiró hondo cuando llegó a quince, ya completamente dolorida, preguntándose como otras veces había podido soportar los cien.

-Dieciséis –sollozó.

Él volvió a parar, no le estaba pegando demasiado fuerte, acariciaba su espalda, sus muslos, para relajarla, le daba un pequeño descanso entre golpe y golpe, pero en ningún momento le dijo lo siento o ya queda poco. La sintió retorcerse un momento, señal inequívoca de que estaba empezando a sentirse superada. A Jorge siempre le había sorprendido como un día Clara podía aguantar una zurra interminable, severa, de más de cincuenta azotes y otro apenas podía con unos pocos. El cuerpo humano es extraño.

Le acarició el culo, dejando la mano ahí un momento, notando el calor que irradiaba y decidió que con veinte sería suficiente. Volvió a levantar la mano y a dejarla caer, esperando.

-…

-¿Clara? –Su voz autoritaria. Cualquiera hubiera pensando que ver a su mujer en ese estado y seguir hablándole así era propio de un cabrón o de un cobarde. Él mismo se hubiera asqueado años atrás si hubiera visto en lo que se convertiría, pero no se sentía culpable de ser como era. No disfrutaba del llanto de su pareja, aunque otros pensaran lo contrario, le hacía sentir mal, pero él como amo también tenía sus reglas y una de ellas era “Nunca vaciles”. Había decidido darle veinte azotes y veinte serían, después ya se ocuparía de sostenerla y darle el cariño y la comprensión que Clara estaba pidiendo a gritos, pero mientras durase el castigo no podía permitirse dudar. –Cuenta, Clara.

-Diecisiete –dijo en apenas un susurro, mientras que las lágrimas le empapaban las mejillas y le resbalaban por la nariz. Se preguntó cuándo pararía él, cuántas nalgadas iba a propinarle para asegurarse de que no volviera a mentirle. Mentalmente se recriminó a sí misma ser tan estúpida como para haberle pedido que la castigase cuando él había decidido dejarlo para él día siguiente. La mano de Jorge abandonó su cuerpo; Clara apretó los dientes y se tensó, esperando el próximo.

-¡Dieciocho!

Joder, ese sí que había dolido y como contrapartida hizo que sus pliegues se humedecieran aún más. Se centró en ello, queriendo olvidar el dolor y pensar en el placer que obtenía su cuerpo ante ese trato, pero cuando Jorge quería que le doliera y no que le gustase sabía como hacerlo. -¡Diecinueve! –No iba a darle un respiro y le ardía todo el trasero, no aguantaría mucho más. No voy a poder sentarme en un par de días.

Jorge esperó a que dejara de moverse y aceptase el último golpe. Le acarició cariñosamente las piernas y pasó la mano por sus pliegues, completamente empapados. Eso la hizo retorcerse aún más. Él no pudo evitar sonreír, podría dolerle, podría llorar a lágrima viva, pero una parte de ella lo disfrutaba. Jorge amaba esa parte que aceptaba y suspiraba por más de aquello. Retiró los dedos, mojados por su excitación y notó un doloroso tirón en su miembro. Mejor acabar de una vez y darle su recompensa por haber sido tan obediente.

-¡Veinte! –gritó -. Veinte, señor. Por favor... –lloró.

-Muy bien, cariño. Ya está, ya pasó.

Se sentó a su lado, no dudando ni un segundo cuando ella se incorporó, buscando consuelo en sus brazos. La apretó contra su pecho, llenándola de caricias reconfortantes y palabras tiernas. Le retiró el pelo de la cara y le acercó un pañuelo. Ella lo cogió y se limpió, apoyándose de nuevo en su hombro, cerrando los ojos, dejando al tiempo y al amo la tarea de tranquilizarla.

Jorge esperó hasta que oyó como su respiración se acompasaba. Le dio un beso en el pelo y la miró a los ojos, parecía sentirse mejor, incluso intentó sonreírle.

-A partir de ahora me quejaré de cada regalo que me hagas –dijo, con la voz ronca por el llanto, haciéndolo reír.

-Me conformo con que te quejes de los que no te gustan.

-Vale… que sepas que odio ese jarrón.

Señaló un jarrón situado en el centro de la cómoda negra de Ikea que tenía en la habitación. Jorge miró en la dirección y luego volvió a concentrarse en ella.

-Nos lo regaló mi madre.

-Es horrible.

-¿Algo más que confesar antes de que cerremos este asunto definitivamente? –preguntó él, con los ojos entrecerrados.

-¿El nombre de nuestro perro?

-¿Sí?

-Es ridículo.

-Es original.

-¿En qué rincón de este planeta llamar Alumno a un perro es original?

-Dijiste que te encantaba –protestó.

-No, dije que lo aceptaba, no que me gustase. Además, lo entiendo. Siendo profesor necesitas un alumno que te eche cuenta.

Él negó, con el amago de una sonrisa en los labios. Adoraba eso de ella, que después de un castigo como ese pudiera sentirse mejor sólo con estar un rato entre sus brazos. Era parte de la confianza entre el amo y la sumisa, algo inherente a ese tipo de relaciones, la calma y la protección que el dominante daba al otro. La miró fijamente, disfrutando del cambio, pendiente de como dejaba de reír y como su expresión cambiaba, su pecho empezaba a subir y bajar, sus ojos se posaron en los labios masculinos, se enfrentaron a los de él y se lanzó, comiéndole la boca, gimiendo con el placer de sentirse más deseada que nunca, gozando del ardor de sus nalgas, que ahora enviaba deliciosas descargas al resto de su cuerpo.  

Se sentó a horcajadas sobre él, ofreciéndole los pechos. El amo tomó un pezón con la boca, lo mordió, succionándolo hasta que lo sintió duro, tanto como su erección, esa que ahora su novia sacaba y frotaba con firmeza, sabiendo lo que tenía que hacer para volverlo loco. Jorge se dejó acariciar durante unos minutos, cerrando los ojos cada vez que ella apretaba en la base o la punta, pero luego la obligó a parar.

Hizo que se levantara lo suficiente para poder terminar de desnudarse y luego volvió a sentarla sobre él, su miembro rozándose con el centro húmedo de la enfermera. Clara gimió, con deseo, le suplicó con la mirada, pero él todavía no había acabado con ella.  

-Tócate –le ordenó.

Obediente separó sus piernas, mostrándole todo y llevó su dedo índice hasta sus pliegues. Arqueó la espalda al rozar el clítoris, erecto y gimió, echando la cabeza hacia atrás, balanceando sus caderas. Jorge no apartó la mirada del espectáculo que su adorada sumisa realizaba para él. Se perdió en los gestos de su boca, en los gemidos, cada uno más histérico que el anterior, en sus ojos medio cerrados. Ella estaba muy cerca y él lo sabía. Dejó que se acariciara unos segundos más y entonces llevó sus manos hasta sus nalgas, las apretó con fuerza, notando como hervían bajo su tacto.

Clara gritó cuando el dolor la traspasó empujándola hacia el orgasmo que tanto deseaba. Sintió como su interior se contraía, como el calor antes concentrado en su sexo y su culo se apoderaba de todo su cuerpo. Él la sostuvo, conteniendo las ganas de penetrarla de un tirón al verla correrse. Notó como sus fluidos empapaban su miembro, que reclamaba atenciones. Pasó las manos sobre la espalda femenina, hasta llegar de nuevo a su trasero, lo acarició con suavidad, dejando que se relajara. Ella gimió, el más mínimo roce allí era una nueva descargar de placer. Volvió a suplicarle.

-Amo, por favor.

-¿Me necesitas? –le preguntó, tomando la mano con la que Clara se había dado placer a sí misma y llevando los dedos húmedos a su boca. Los lamió uno a uno, pasando la lengua despacio, sonriendo con malicia cuando se estremeció. Atrajo su rostro tomándola firmemente desde la nuca, la besó, queriendo que saboreara su propia esencia. Ella suspiró en el beso, cada embestida de su lengua la hacía rogar por más. Necesitaba ese movimiento más abajo. La estaba torturando y no podía más.

-Por favor, señor.

-¿Qué quieres? –susurró sobre su oído, mordiendo el lóbulo, con fuerza.

-Fóllame. Señor.

No necesitó una palabra más Un ruego, una petición, una orden, qué le importaba cuando estaba a punto de estallar. La alzó tomando su miembro desde la base y la hizo bajar de una sola vez. Ella gritó, quedándose quieta, sabiendo quien tenía el control. Tras dos años su cuerpo se adaptaba a la perfección a él. Jorge apretó los puños, el interior húmedo y cálido de Clara lo acogía y lo apretaba como un puño. Se dio un momento para ajustarse y luego la tomó de las caderas, obligándola a subir de nuevo.

-Despacio –le dijo.

-Pero… -quiso protestar, ahora no quería más jueguecitos, sólo que él se dejara llevar. Pero ser sumisa no era recibir lo que se quería, sino lo que se necesitaba.

-Despacio –repitió, dejando claro que no admitiría réplicas. La dejó ahí, alzada, sólo con la punta de su erección en su interior, sosteniéndola con una mano. Con la otra rozó su clítoris, apenas un sutil toque que la hizo lloriquear.

-Por dios, Jorge –gimoteó. Él arqueó las cejas, apartando la mano. Ella se obligó a corregirse –Señor, por favor, no puedo más.

Sonrió y volvió a bajarla de golpe, arrancándole otro pequeño grito. Una y otra vez, la guio hasta casi salirse de ella y la penetró atrayéndola hacia sí, acariciándola durante el proceso. Un movimiento lento, calculado, perfecto para dejarla entre esa línea que la separaba de un nuevo clímax.

Clara sentía que iba a morir, trató de bajar ella misma, pero él la sostenía con firmeza desde las caderas. Le dio un fuerte azote sobre el castigado trasero, advirtiéndole que no volviera a intentarlo. La autoridad en el movimiento, en su voz, que le decía que le daría lo que necesitaba, en sus ojos, casi negros por el deseo, hizo que toda ella estallara en llamas. Jorge gruñó al sentir como los músculos vaginales empezaban a cerrarse en torno a él y entonces sí, se dejó llevar.

La ayudó a moverse, dejando la calma y entregándose los dos a un movimiento frenético. Volvió a sujetarla desde las nalgas, las apretó, le dio más palmadas, movió sus caderas con ella, la ánimo a moverse con más rapidez y entonces tomó su clítoris entre sus dedos y lo pellizcó.  

-CLARA –gritó al llegar al orgasmo, eyaculando en su interior, pero ella apenas lo oyó. Clara estaba perdida en las sensaciones que él le había provocado. Su cuerpo temblaba como una hoja, se dejó caer sobre él, empapada en sudor y excitación. Jorge la rodeó con los brazos, apoyó la cabeza en su hombro, la besó. –Eres maravillosa –murmuró.

-Gracias por darme lo que necesito.

Sí, él le había dado lo que necesitaba. La había dominado y la había guiado para llevarla a un intenso orgasmo que había compartido con él. Y para una sumisa, dejarse querer así era una forma de ser feliz. Su forma de ser feliz.        

              

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