Noche de bodas (Continuación de "Partida de ajedrez" y "Junto a los leones")

25.10.2013 00:55

-¿Tenéis miedo?

Ella no respondió, pues mentirle no sería de buena esposa, pero decirle la verdad podría molestarle. Graciosamente como había aprendido desde niña inclinó la cabeza, hasta que sintió como una mano suave y caliente la tomaba de la barbilla. Se encontró con una tierna mirada de su esposo, el mismo con el que apenas unas horas antes había contraído matrimonio bajo los ojos de familiares y amigos y con Alá y el Profeta como principales testigos de la real unión.

-No temáis –pidió -. Pues nada malo podría haceros.

Morayma no pudo hacer otra cosa que responder con un asentimiento. Era una joven dulce y tranquila, de bellas facciones, hija de un comerciante que había alcanzado el favor real gracias a sus hazañas en batallas, convirtiéndose así en Mayordomo de palacio. Cuando su padre le había anunciado la noticia de que contraería matrimonio con el príncipe Boabdil no había hecho otra cosa que agradecer a Alá por haber querido que tuviese un matrimonio tan honroso como aquel, aunque su corazón de niña que aún era no había podido evitar saltar en su pecho con temor. ¿Qué haría él príncipe con ella? ¿La amaría? ¿Sería ella una buena esposa?

Así lo deseaba y por ello había estudiado la historia de los grandes reyes de Granada, había escuchado a la reina Aisha, de la que decían que aparte de ser honrada era inteligente como pocas y así había aprendido a ser reina. También había aprendido a bailar para su esposo y escuchado con atención los consejos de mujeres expertas en artes amatorias. Este perfume le volverá loco; pintad vuestros pezones con esto, pues no podrá hacer otra cosa que lamerlos como si fuerais la más dulce miel; recibidlo desnuda en vuestro lecho unas veces y vestida otras, pues tanto ama un hombre tener un manjar a la vista como desenvolver un hermoso presente. Uno a uno había guardado aquellos consejos en su memoria y creía estar lista para complacer a su esposo, mas su cuerpo, aunque seductor, no dejaba de ser el de una niña virginal y parecía no responderle.  

-¿Estáis al corriente de lo que ocurre en palacio? –Le preguntó, sorprendiéndola. Enrojecida apartó la vista, temerosa de que el  príncipe pudiera enojarse con ella. Mas no era su culpa saber lo que ocurría, ¿no? ¿Cómo podría evitar Morayma saber que Boabdil, aconsejado por su madre, quería tomar el trono de su padre?

-Mi señor yo no…

-Shhh –la hizo callar, acariciando suavemente sus labios -. No os preocupéis, mi dulce Morayma, pues no quiero reprocharos nada. Decidme, ¿sabéis lo que ocurre y lo que estoy dispuesto a hacer?

Ella alzó la mirada de nuevo y esta vez reunió el valor que antes le había faltado. Él no parecía cruel. –Sí, mi amado esposo, lo sé.

-¿Cuento con vuestra aprobación?

-¿Acaso importa?

-No hay mejor consejera que una esposa –respondió -. Si vos creéis que hago mal enfrentándome a mi padre, ¿por qué no iba a escucharos?

Morayma no supo que decir, pues temía usar palabras no adecuadas.

-Volvéis a tener miedo –suspiró él -. Sólo responded, os lo ruego.

-Creo que… -tomó aire, antes de hablar -. Creo que vuestro padre os ofende al poner por delante de vos a vuestros hermanos, hijos nacidos de una cautiva. Y creo que es vuestra obligación como hombre de sangre real que sois cuidar de Granada por encima de todo. Incluso de vuestro padre.  

Sus ojos y su ceño la asustaron. Había hablado demasiado. Fijó la mirada en los ricos ropajes del lecho que los esperaban, conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir. Pero de nuevo una amable caricia la tomó por sorpresa y la instó a mirar hacia arriba. Él no estaba enojado.

-Sois inteligente, aprecio vuestras palabras –le dijo con sinceridad -. Mas temo que esta conjura ponga en peligro vuestra vida y la del hijo que espero dejar pronto en vuestro vientre.  

Sonrojada ante lo que aquellas palabras significaban volvió a centrarse en el lecho. Esta vez Boabdil se colocó tras ella, abrazándola, aspirando su perfume. El príncipe cerró los ojos.

-Me hacéis enloquecer con vuestra fragancia.

-Señor… -gimió al sentir como sus labios se posaban en su cuello y se apretaban contra él. ¿Por qué las mujeres no le habían hablado de aquello? ¿Por qué sólo se habían limitado a darle consejos sobre el placer que le daría a su esposo y no habían dicho nada del propio?

-Yo os conduciré hasta nuestro lecho –dijo en su cuello -. Os haré partícipe de los más bellos y sensuales placeres, amada mía, complaceré vuestros anhelos y deseos cuando acaricie vuestro cuerpo con mis labios.

Ahí estaba el por qué. Nadie había querido quitarle ese momento y mil veces lo agradecía, pues nada podía ser más bello que descubrir el placer de manos del amado.

-Dejad que beba de vos –continuó, mientras sus manos, afanosas, la desnudaban despacio. El corazón de la joven muchacha se aceleró ante sus palabras, besos y caricias -. Dejad que tome vuestros pechos con manos y boca, pues dudo que pueda haber un fruto más delicioso que estos.

Apretó sus pezones entre sus dedos; Morayma no comprendió por qué se endurecían ante las manos de su amante, mas tampoco quiso saberlo. Bastó con notarlo, pues no eran necesarios razonamientos en aquel momento, suficiente era con hechos y palabras. No hubo confusión cuando se sintió desnuda, ni se asustó cuando las manos varoniles bajaron hasta posarse entre sus piernas, frotando en un lugar que ella hasta entonces no había conocido. Gimió más fuerte, echó la cabeza hacia atrás, encontrando apoyo y refugio en el pecho de su esposo.

-Sentid como vuestro cuerpo despierta, amor mío. Notad como entre vuestras piernas surge una perla, bella y rosada, que desea más.

-Señor… -jadeó.

-Boabdil, mi dulce Morayma, llamadme por mi nombre –susurró-. Pues esta noche no soy vuestro príncipe. Hoy me tenéis como amante.

La tomó del rostro y la besó en la boca por primera vez; Morayma cerró los ojos, entreabrió los ojos dejando que él explorase y tomase cuanto quisiese antes de sentirse llevada al lecho y recostada en él.

El amante la tomó lenta pero profundamente, esperando a que su dolor se alejase y el gozo volviera. Bebió y comió de ella tal como le había dicho, enseñándole miles de juegos y formas de amarse, hasta que el amanecer los sorprendió, a ella rendida y a él, contemplándola. Nunca más vería la Alhambra una pareja de enamorados como aquella. 

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