Capítulo 2

06.10.2013 01:37

-Juntad las mesas. En parejas.

Jorge entró sin siquiera saludar a la clase y se apoyó en el escritorio, entregando un puñado de folios a la alumna más cercana a la mesa del profesor. Ésta tomó uno para sí y otro para su compañero y echó los folios hacia atrás, pero Jorge la frenó.

-Uno por cada dos.

Enseguida se escuchó un murmullo, no era habitual que un profesor llegase a clase y dijera que el examen se haría en parejas. Él no pareció sorprendido ante la reacción de sus alumnos, esperó tranquilamente a que se calmasen y repartieran todos los folios, luego habló:

-Como podéis ver este no es el típico examen. –Algunos asintieron, otros se encogieron de hombros, con aburrimiento. - He decidido que ya que el tema trata sobre la Revolución Industrial y la explotación del obrero por el empresario, vamos a hacer una especie de práctica –Jorge esperó pero nadie comentó nada, así que continuó -. En cada pareja los alumnos de la izquierda seréis los trabajadores de las fábricas, los de la derecha, los dueños de las mismas. Los trabajadores haréis el examen sin contar con la ayuda de los dueños. La nota que tengáis se aplicará a los dos. ¿Alguna pregunta?

-¡Eso no es justo! –se quejó uno.

-¿Yo lo hago y él aprueba? ¡Ni hablar! –añadió otra.

-¿Entonces no tengo que hacer nada? ¿Voy a aprobar por la cara? ¡De puta madre!

-Cuida tu vocabulario –le advirtió, haciendo que el chaval hiciera un gesto de disculpa con la mano. El profesor no añadió nada más, se sentó y tomó un libro, ignorándolos durante unos minutos, después alzó la cabeza.

-¿A qué esperáis para empezar?

-Paso de hacer un examen para que éste se beneficie de mi nota –respondió una joven de cabello claro rizado y ojos grises. Jorge sonrió, sabiendo que esa sería la respuesta de la muchacha. Buena estudiante, con mucho carácter y además sentada junto a un compañero al que detestaba.

-Si no te parece justo, déjalo en blanco y suspendéis los dos.

-Eso tampoco es justo –murmuró un chico sentado junto a la ventana.

-Sois trabajadores –les recordó -. Si vais a la huelga, no cobráis o en este caso, suspendéis.

-O sea, que o hacemos el examen y el otro aprueba a nuestra consta o no lo hacemos y nos jodemos los dos.

-Exacto. Tenéis una hora.

-¿No podemos cambiar? –Otro de los alumnos miraba con desagrado a su compañero, al que le había tocado ser trabajador y que era conocido por no saber escribir bien ni su nombre. Jorge negó.

-A veces el dueño también se encuentra con trabajadores que no son de su agrado.

-Pero lo echa y punto –replicó.

-Puedes echarlo –asintió -. Pero necesitarás encontrar a alguien mas cualificado y todo el mundo tiene ya pareja.

-Puede hacerlo él –comentó con aburrimiento su compañero de examen.

-Sois trabajadores y dueños de fábricas del siglo XIX –les recordó -. El dueño no se mancha las manos con la maquinaria. Y ahora a trabajar.

-Estamos jodidos –murmuró el chico que se había quejado.       

 

-Eso huele bien.

Clara sonrió, sin dejar de remover el guiso de carne y patatas que tenía en la olla. Alumno se acercó a su amo dando saltos, tratando de lamerle la mano. Jorge lo acarició antes de acercarse a ella y darle un beso en los labios.

-¿Qué tal el día?

-He convertido a la clase en una fábrica.

-Creo que paso de preguntar –comentó, divertida. Él se rio y fue hasta la nevera, tomando algunos ingredientes para hacer una ensalada.

-¿Y tú que has hecho?

-Nada especial. Dormir hasta tarde, ordenar un poco la casa, escribir para el blog...

-Te ha cundido la mañana –se burló.

-Ya ves, estuve esperando a que llegase mi chofer personal para ir al spa, pero se ha puesto malo.

-Muy graciosa. -Tras lavar las verduras se dirigió al comedor, donde se sentó empezando a cortarlas. Clara lo rodeó con los brazos, dándole un beso en el cuello.

-Estos días están siendo aburridos, ¿por qué no…

-¿Sí? –preguntó con interés, volviendo la vista hacia arriba. Ella se sonrojó, incómoda. Odiaba cuando Jorge sabía lo que quería pero la obligaba a ser explícita.

-Podríamos llamarlos…

-¿A mis padres? –Clara entornó los ojos.

-No idiota, a ellos.

Jorge se encogió de hombros, haciéndose el desentendido. Le parecía una buena idea la no propuesta de su pareja, pero quería oírselo decir, le encantaba hacerla pasar vergüenza, aunque estuvieran ellos solos. Habló con voz grave, seria.

-No sé de que me estás hablando y no me llames idiota. No creo que quieras comer desnuda.

-Uff, está bien. A Isa y Martín, ¿contento?

-Bueno… podríamos ir a cenar los cuatro, ¿te apetece?

Ella gruñó, Jorge no se lo estaba poniendo fácil. –Podemos cenar aquí.

-¿Y hacer qué?

-No me hagas decirlo, lo sabes de sobra –bufó. Él contuvo una risa, tenía un talento natural para sacarla de quicio y disfrutaba usándolo.

-En realidad no… ¿Cuál es el plan exactamente? ¿Qué te apetece hacer?

-Que te jodan –Indignada volvió hasta la cocina, donde continuó removiendo el guiso, con furia, salpicándolo todo de salsa. Jorge la siguió y se cruzó de brazos en el marco de la puerta, ella se volvió. –Lo siento –se disculpó, pero él negó, señalando el suelo. Clara se arrodilló a sus pies, sintiéndose humillada cuando Alumno se acercó e hizo lo mismo. No soy una perra, me gusta esto. Pero a veces era difícil convencerse de ello, a pesar de los dos años que llevaba siendo su sumisa.

-Levántate, cariño –Él suspiró. Obedeció, conteniendo las lágrimas. Estúpida, no es la primera vez que te arrodillas a sus pies, lo haces a menudo. El amo acarició su mejilla y la besó, despacio, saboreando una lágrima que no había podido contener -. Hoy comerás en la cocina; llamaré a Martín después de comer –le dijo. Ella asintió, limpiándose el rostro con el dorso de la mano, volviendo hasta la vitrocerámica, apartando la comida del fuego. Jorge se sirvió y volvió al comedor, dejando a la mujer sola y deprimida.

Una media hora más tarde Jorge dejó el plato aún lleno a un lado y se levantó, incapaz de soportar más los sollozos que ella intentaba reprimir desde la cocina. La encontró sentada en el suelo, abrazada a sus piernas, con el cachorro a los pies. En silencio la tomó con cuidado y tiró de ella, obligándola a incorporarse. Clara quiso soltarse, pero se lo impidió. La llevó de la mano hasta el sofá y se sentó con ella en el regazo, esperando, paciente. Ella tomó una profunda respiración antes de mirarlo a los ojos.

-No es justo. Tú me picas y luego me castigas.

-El castigo es la consecuencia de que me grites –respondió, la voz demasiado suave -. Y en cuanto a lo de picarte, ¿no soportas una broma?

-No me gusta que te burles de mí –murmuró, limpiándose las lágrimas -. Y lo sabes.

-No me burlo de ti. –Echó el cuerpo hacia atrás, dejando que ella se acomodara sobre su pecho - Han pasado ya dos años, Clara y todavía no eres capaz de decir lo que quieres cuando se trata de sexo. Soy tu amo y como tal no puedo permitir que reprimas tus necesidades.

-No es fácil decir que quiero…

-¿Jugar delante de una pareja? –Ella se ruborizó, pero asintió.

-Me da vergüenza.

-No te molesta hacerlo pero sí decirlo. Creía que lo del blog era una señal de que no te avergüenzas de esto.

-No es lo mismo –se defendió -. Una cosa es afirmar que me gusta que me dominen y otra… decir que me gusta ver y… ser vista.

-Ve a calentar la comida mientras llamo a Martín –le dijo -. Comeremos aquí.

-¿Ya no estoy castigada? –preguntó, esperanzada. Él negó.

-Sigues castigada, pero no así.

-Entonces…

-Clara, ve a por los platos, esta noche te diré cual será tu castigo –la cortó.

Jorge esperó a que fuera hacia la cocina y cogió el teléfono, respondiéndole una somnolienta voz infantil.

-¿Quién es?

-¿Paula? Soy el tito Jorge, cielo. ¿Está papá ahí? –La niña de tres añitos respondió con un sonoro y estridente “papá” y unos segundos después una voz de hombre saludaba al profesor.

-¿Jorge? Me la has despertado de la siesta, cabrón. ¿Qué quieres?

-Hola a ti también, me alegra oírte –ironizó.

-Lo siento, pero Isa está trabajando y me ha tocado dormirla a mí. ¿Qué tal todo? ¿Clara bien?

-Estamos bien, precisamente te llamaba para ver si os apetecía venir esta noche a casa.

Hubo unos segundos de silencio, mientras que al otro lado de la línea el hombre se lo pensaba. Jorge acomodó el teléfono a un lado y le tendió la mano a su pareja, quien aún tenía el rostro sucio por el llanto. Acariciándola cariñosamente le susurró que fuera a lavarse.

-¿Sigues ahí? –Martín llamó su atención.

-Perdona, dime.

-Llamaré a la canguro a ver si puede quedarse con la niña y te diré en un rato, ¿vale?

-De acuerdo, hasta luego.

-Adiós.

 

-¿Vienen?

-Si encuentran canguro. ¿Comemos?  

-Sí.

El almuerzo transcurrió prácticamente en silencio, ella aún estaba un poco alicaída y Jorge decidió darle espacio, sabiendo que forzarla no era la solución. No era la primera vez que un castigo le sentaba mal y aunque él debía mantenerse firme en sus decisiones no disfrutaba viéndola así. Esperaba que sus amigos pudieran visitarlos esa noche, un poco de diversión les vendría bien a ambos. Y pensar que al principio estas reuniones le daban asco.

-¿En qué piensas? –preguntó ella, con curiosidad, sintiéndose un poco mejor.

-En la primera fiesta que tuvimos con Isabel y Martín. ¿Recuerdas tu reacción?

-No sé si estaba indignada porque querías que hiciéramos el amor con otros delante o porque después de hacerlo me tuve que enterar de que Isa era tu ex.

-Pero te encantó. De hecho te gustó demasiado. Y ahora Isabel y tú sois grandes amigas, quien lo diría.

-Cosas de la vida.

Ambos sonrieron, recordando ese día.   

-Entonces, ¿exactamente que es lo que vamos a hacer?

-Explorar otra de tus necesidades.

Clara frunció el ceño, deseando una respuesta más aclarativa. Jorge le había dicho que una pareja de amigos del estilo de vida irían a verlos y que sería una velada interesante. Y ella, que apenas era una novata en ese mundo, se sentía invadida por una mezcla de curiosidad, excitación y temor.

-¿De qué necesidad estás hablando?

-Sentirte observada –respondió mientras que doblaba la sábana con su ayuda.

-Sentirm… ¿estás de coña? Vamos a… ¿vamos a hacerlo delante de ellos?

-Depende de como te sientas –le explicó, usando ese tono de profesor que solía usar en clase -. Empezaremos a jugar con… suavidad y si veo que todo va bien…

-No voy a follar con otros mirando –replicó -. No quiero hacer una orgía.

-Cariño –Jorge dejó la sábana a un lado y se acercó a ella, invadiendo su espacio personal -. Tú sientes curiosidad por esto, así que vamos a probar. Se acabó la discusión.

Ella tragó saliva, abrió la boca y la volvió a cerrar, pero su parte de mujer libre e independiente venció a la sumisa que vivía en ella. Una cosa era darle el control y otra era dejar que la exhibiese como si fuera una mascota.

-No se acabó –le gritó -. No puedes obligarme a hacer esto. No quiero hacerlo así que no lo haré.

-Sí, lo harás –repuso -. Y no lo harás porque yo quiera hacerlo, sino porque tú quieres hacerlo. Porque a pesar de ese sentimiento de culpa y esa vocecita que te dice que esto no está bien y que atenta contra tu dignidad, tu cuerpo está deseando que yo tome el control delante de otras personas.

Dicho esto cogió el cesto con la ropa doblada y se dirigió a la habitación, dejándola con la palabra en la boca y envuelta en un mar de dudas. Podía mandar a Jorge a la mierda y marcharse a casa, pero sería engañarse a sí misma. Él tenía razón, sentía curiosidad por cómo sería hacerlo con otros mirando y sobre todo se preguntaba cómo actuaría el amo.

Él volvió de la habitación y se cruzó de brazos, un gesto muy suyo que indicaba que estaba esperándola. Clara jugueteó con su cabello, nerviosa.

-Tu amigo no me tocará, ¿verdad?

-Sólo si yo le dejo –contestó. Ella alzó la vista, asustada, él se sentó a su lado, poniendo una mano en su rodilla -. Cielo, ¿confías en que sabré darte lo que necesitas?

-Sí, pero…

-¿Crees que dejaría que otro te hiciera daño? –insistió, obligándola a mirarle a los ojos. Ella sacudió la cabeza -. Tú eres mía, cariño. Y yo soy tuyo, ¿tienes eso claro?

-Sí –murmuró.

-¿Entonces?

-Está bien –suspiró -. Lo haré.

-Esa es mi chica –Clara sonrió con placer, el placer que una sumisa sentía cuando su amo la halagaba. Él la recostó en el sofá, echándose sobre ella -. Creo que te mereces un premio por ser tan buen sumisa, ¿estás de acuerdo? –Besó su cuello, llevando la mano hasta las piernas y acariciándola por encima del vaquero.

-Sí, señor -gimió.

-Se me da bien convencerte –comentó él.

-Sí, siempre usas ese rollo de que sabes lo que necesito y bla, bla, bla. Pero podrías haberme avisado de lo de Isabel.

-Te habrías negado, tenías que conocerlos primero antes de saberlo.

-Pues tampoco es que funcionase tu plan.

-Estamos juntos, ¿no?

-¿Estás lista?-Jorge la miró con preocupación, estaba pálida. Clara se sirvió un vaso de agua del fregadero y asintió, aunque sentía algo bastante molesto en el estómago. Cálmate, se dijo. –Recuerda, cariño, debes llamarlo amo Martín o señor.

-Y después de la cena no hablar sin permiso –terminó ella. Eso en un principio la había molestado, pero después había comprendido las ventajas. El no poder hablar le permitiría ahorrarse los incómodos momentos en lo que no se sabe que decir ante desconocidos.

-Muy bien. No te preocupes por nada, son gente encantadora, te gustarán –le aseguró.

-Vale…

-Y si no puedes con ello, recuerda la palabra de seguridad.

-Señor, no hablar, palabra de seguridad por si acaso –resumió, aún nerviosa.

El timbre sonó y ella sintió que se le secaba la boca. Jorge la tomó con firmeza del rostro y le dijo con la mirada que se calmase.

-Iré a abrir, bebe un vaso de agua y espérame en el salón.

-Vale.

-Clara, soy amo o señor, no te olvides.

-Lo siento, es que estoy nerviosa.

-Tranquila, estás conmigo, no tienes que preocuparte por nada.

Unos minutos después Clara esperaba en el salón. Jorge se acercó a ella seguida de una pareja que tendría más o menos su misma edad. Él la tomó de la mano y señaló hacia el hombre.

-Cariño, él es el amo Martín, somos amigos desde la facultad.

-Un placer, preciosa –la saludó. Clara miró a su pareja sin saber muy bien que hacer, no podría hablar después de la cena, pero no le había dicho nada de las presentaciones. Al final se decidió simplemente por ser educada.

-Encantada, Mart… -Jorge tosió, una sutil advertencia. Avergonzada se apresuró a corregirse -. Lo siento, es un placer, señor –dijo tímidamente.

Él la miró con simpatía.

-Tu amo nos ha dicho que es la primera vez que juegas en grupo –comentó. Ella asintió -. Relájate, bonita, como eres una novata no haremos nada intenso. De todas maneras, ¿cuál es tu palabra de seguridad?   

-Suegra, señor.

La sumisa del amo Martín arqueó las cejas, sorprendida. Él trasladó la mirada de Clara a Jorge y luego soltó una carcajada. -¿Suegra? Bien, buena elección, nada quita más las ganas de jugar a un hombre que la mención de la suegra.

Ella sonrió, sintiéndose un poco más cómoda. Martín no parecía ser un mal tío, quizás si se relajaba disfrutaría de aquella velada. Él cogió a su mujer de la mano.

-Ella es Isabel, mi mujer y sumisa y por lo que Jorge me ha contado de ti, estoy seguro de que seréis grandes amigas.

-Encantada –La mujer se acercó y le dio un par de besos en la mejilla. Clara le respondió con una amable sonrisa y luego se permitió un momento para analizarlos a los dos.

Martín era un poco más alto que Jorge y era rubio; los ojos, de un precioso celeste, decían que se podía confiar en él. Era bastante guapo y por debajo de la camisa gris que llevaba se podía adivinar el trabajo de años de gimnasio, justo lo contrario que Jorge. Clara no puedo evitar compararlos, uno parecía un dios griego y el otro era solamente atractivo, pero Martín no tenía esa expresión de autoridad y seguridad que tenía su amo. Y eso era lo que a ella le volvía loca de él. Eso le hacía irresistible sin necesidad de músculos.

Por otra parte, Isa le recordaba bastante a ella, rellenita, morena y con los labios gruesos. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y se había vestido con un sencillo vestido de corte sirena morado y uno tacones beige, altos. Le sorprendió ver en los ojos verdes de la mujer la seguridad que no encontraba en Martín. ¿Realmente sería una sumisa?

-Bueno… ¿cenamos?

Jorge tenía razón. La pareja era agradable y muy divertida, Isabel era un poco más seria pero no parecía tener problemas a la hora de burlarse de su marido y su escasa habilidad para cambiar pañales. Él se reía, dejando ver el amor que sentía hacia su esposa; Clara podía notarlo en los pequeños gestos, las miradas nada sutiles, los besos que le robaba cuando le apetecía.

-Se os ve tan enamorados –suspiró, enrojeciendo al instante. ¿Había dicho eso en voz alta?

-Te has puesto roja –observó Isabel, divertida.

-Lo siento, bueno es que… hacía mucho que no veía una pareja tan…

-¿Asquerosamente empalagosa? –sugirió Jorge.

-¡Eh! Que tú seas un soso no quiere decir que todos tengamos que ser igual. Ya podrías darle un mimo a la pobre chica –replicó su amigo, haciendo reír a su mujer. Clara lo miró, preguntándose si lo haría, la verdad es que le molestaba que él apenas la tocase.

-Todo a su tiempo, amigo. Créeme, en un rato esta pobre chica se habrá cansado de que la toque.

Si antes se había puesto colorada ahora podía decir que sus mejillas ardían. Martín la miró, sus ojos burlones, luego se volvió hacia Isabel, haciéndole un gesto. Ésta comprendió.

-Hemos traído tarta. ¿Me acompañas a la cocina? –Preguntó, levantándose. Clara la siguió, aún avergonzada. Se apoyó en la encimera, mientras Isa se dedicaba a abrir armarios y cajones, sacando platos y cucharillas. Debía haber estado varias veces en la casa, pues parecía saber perfectamente donde Jorge guardaba todo. Se preguntó cuantas fiestas habría dado el profesor en ese piso. -Da un poco de miedo, ¿no?        

-¿Eh? –Levantó la cabeza, sorprendida.

-Esto de ser sumisa. Ya en la intimidad da un poco de repelús dejarle el control a otro, pero encima delante de unos desconocidos… sé que no es fácil.

-Sí, es... ¿complicado?

-Yo diría aterrador –la corrigió.

-¿Cómo lo haces tú?

-Es como aprender a nadar. Dejar el flotador es horrible, pero basta con que papá te tire a la piscina para luego no querer salir del agua.

-¿Martín y Jorge son nuestros papás? –se rio.

-Bueno, mi padre le cortaría los huevos a Martín si supiera de estas… reuniones, pero la comparación no me ha salido nada mal, ¿no?

-Toda una metáfora –sonrió antes de que volvieran a invadirla las dudas -. ¿No te preocupa que Jorge pueda tocarte? ¿O que Martín me toque a mí?

-Tenemos una palabra de seguridad, cariño, si alguno de los dos se pasa de la raya la decimos y se acaba el juego. Ellos pueden tocarnos y nosotras nos tenemos que dejar, pero nunca llegan hasta el final, aquí cada uno folla con su pareja –aclaró.

-Es bueno saberlo.

-Tú sólo relájate, lo bueno de este estilo de vida es que no tienes que preocuparte por lo que va a pasar. No vas a poder evitarlo, así que preocuparse es absurdo.

-¿Por qué será que eso es lo que me asusta? –comentó.

-Aún eres nueva –dijo compasiva -. Confía en mí, reina, en cuanto Jorge te quite el vestido y te arranque las bragas no vas a querer parar. Y ahora he de decirte que esta tarta nos está llamando a gritos.

-Yo llevo los platos.

-Nunca me has dicho que te comentó Isabel cuando fuisteis a la cocina.

-Nada importante. Ya sabes, relájate, disfruta, te va a encantar, lo típico.

-Pues funcionó.

-Sí, fue una orgía de película. Lástima del final –gruñó.

-Esa noche me dije que un llegaría el día en que lo recordaríamos y nos reiríamos. Sigo esperando que llegue ese día.

-Espera sentado –masculló.

Jorge la tomó en brazos y se acomodó con ella en el sofá, dándole besos en el pelo. Clara estaba empapada en sudor y excitación y él nunca se había sentido tan orgulloso de una sumisa. A pesar de los miedos, las dudas y los reparos se había sometido a él en todos los sentidos, aceptando cada orden y cada petición, incluidas las de Martín, pero sobre todo aceptando lo que su propio cuerpo deseaba. Echó un vistazo a sus amigos. Isabel estaba inclinada sobre la mesa, jadeando, su marido encima, agotado. Despacio se apartó de ella y la ayudó a incorporarse. Cuando se sentaron a su lado del sofá Jorge pudo oír los rápidos latidos del corazón de la mujer. Se la veía satisfecha. Los cuatro lo estaban. Miró a su pareja, que mimosa y relajada le acariciaba el pecho, jugueteando con el escaso vello. La joven alzó la vista. Él le acarició los labios, disfrutando del beso que ella le dio a sus dedos.

-¿Y bien? –Martín la miraba a ella, al igual que Isabel. Clara agachó la mirada, incómoda, Jorge la obligó a enfrentarse al resto.

-Cariño, esa modestia ahora sobra, no te escondas de nosotros.

-Ha estado bien –murmuró. A su lado la otra mujer intentó no reírse.

-Los gritos de antes no eran un “ha estado bien” –la regañó Jorge -. Se sincera, Clara.

-Sabes que me ha encantado, ¿por qué insistes?

-Porque reconocerlo en voz alta es el primer paso para no mentirte a ti misma. ¿Qué te ha parecido la experiencia? –la presionó.

-Me ha gustado mucho –Pero sabía que con eso no sería suficiente para él. Le había abierto su cuerpo, ahora quería que se abriera emocionalmente también.

-Clara… -Su tono de voz cambió, pasando de la suavidad y la tentativa al enfado. Isabel resopló.

-No seas nazi, la pobre es nueva, dale un respiro.

-No te metas –Martín miró con dureza a su sumisa, pero ella lo ignoró.

-Vamos, conmigo no eras tan insistente.

Clara tardó unos minutos en comprender esas palabras y atar cabos. ¿Isabel y Jorge? No, tenía que ser una broma. Se incorporó, quedando sentada sobre el regazo de su amo, que en aquel momento fulminaba con la mirada a la mujer de su mejor amigo.

-Cariño…

Ella lo obligó a guardar silencio. Su voz sonó baja, peligrosa, el anticipo de lo que sería una gran discusión. –Dime que no hemos estado follando delante de tu ex.

-Clara, escucha.

-Dime que he entendido mal y que ésta –señaló con la cabeza a la otra mujer, que parecía disgustada consigo misma –no es tu exnovia.

-Deja que te lo explique.

-Al menos podrías haberme dejado hablar.

-¿Dejarte hablar? Tienes suerte de que no te cortase los huevos, que es lo que te merecías.

-Pues a ella bien que la dejaste –replicó él.

-Y da gracias, porque si no llega a ser por ella, yo ahora no estaría aquí. Y a ti tus alumnos te llamarían el castrado.

-Ese es un mote demasiado culto, ellos elegirían algo así como el despollado.

 Clara llevaba una semana sin querer salir de su piso. El cenicero que tenía en la mesita de café del salón rebosaba cenizas y colillas y el resto de la superficie estaba cubierta de un puñado de pañuelos de papel. Había ignorado los mensajes que le había mandado Jorge, así como los que recibía de su familia, compañeros de trabajo y amigos. Tenía suerte de estar de vacaciones, porque pedir la baja por depresión hubiera implicado pedir un justificante a un psicólogo y la consulta hubiera sido un poco incómoda. “Mi novio y yo hicimos una orgía con otra pareja; yo no sabía que ella era su ex”. Curioso quizás, pero incómodo.

Resopló cuando su móvil volvió a sonar por milésima vez. Él, como no. “Te echo de menos, llámame para que podamos hablar, por favor”.

-Cabrón –murmuró. Estuvo tentada de coger el teléfono y tirarlo por la ventana, pero el aparato sólo tenía dos meses, al final no le saldría rentable. Escuchó de nuevo el sonido irritante que le informaba de un mensaje nuevo. “Maldita sea, Clara, soy tu amo, haz el favor de contestar” -.Que te jodan –dijo, cabreada tirando el móvil al suelo.

Se dejó caer de nuevo en el sofá, odiándose a sí misma por echarlo de menos. Sólo llevaban cinco meses juntos, maldita sea, tampoco era el fin del mundo, se le pasaría, pero en ese momento sólo quería llorar. Y recordar. Recordar como le había abierto la puerta sin saber quien era aquel primer día, creyendo que era su hermana; cuando la había visto había soltado una carcajada y la había invitado a pasar, diciéndole que se alegraba de volver a verla. “Espero que no vengas a quemarme una pierna”, había comentado, haciéndola enrojecer. Habían tomado un café y él le había explicado como se había roto el brazo, después de pedirle o más bien ordenarle que no volviera a disculparse. Clara se había sorprendido ante su tono autoritario, pero la sorpresa se había transformado en excitación en apenas segundos. Rogando para que él no se diera cuenta, se había marchado apresuradamente, alegando que tenía cosas que hacer y que sólo había ido allí para pedir perdón. Nada más llegar a su casa se había dado una ducha bien fría y tras los escasos resultados había sacado de su mesita de noche el vibrador que había ganado en la despedida de soltera de una amiga. Esa noche soñó con él.    

Limpiándose las lágrimas intentó pensar en otra cosa, pero fue tan estúpida que su mente viajó hasta la primera cita que tuvieron. Si es que a eso se le podía llamar cita. Un par de días después de las disculpas, él se había presentado en el hospital, esperándola en la entrada, sabiendo que tarde o temprano saldría a fumarse un cigarro.

-¿Qué haces aquí? –preguntó sorprendida.

-Tengo hambre.

-¿Cómo dices? –lo miró confusa. Él llevaba unos vaqueros sencillos y una camiseta de mangas cortas. Llevaba el brazo herido sujeto con un pañuelo, en el yeso pudo leer algunas dedicatorias. Jorge le dedicó una mirada de admiración. Al instante ella recordó que estaba vestida con el pijama de enfermera. ¿Podía haber algo menos erótico?

-Estás preciosa. Te sienta bien el uniforme –le dijo. Clara abrió la boca y la volvió a cerrar, preguntándose si el tío le estaba tomando el pelo o tenía un ligero problema de vista.

-Esto… aún no me has dicho que haces aquí –dijo, intentando no sonar demasiado ansiosa.

-Te lo he dicho, tengo hambre. Con el brazo así es imposible cocinar algo decente y estoy harto de las lentejas de mi hermana.

-¿Y que pinto yo en todo esto? –preguntó, un poco enfadada. Si el tío le decía que le preparase algo de comer, le partiría el otro brazo.

-Han abierto un nuevo restaurante en el centro. No dejarás que este pobre tullido vaya a comer solo, ¿no?.

-¿Me estás invitando a comer?

-Depende, ¿vas a decirme que sí?

-Pues…

-Te lo estás pensando –observó -. Creo que será mejor que cambie de táctica. Clara, ven a comer conmigo.

Había vuelto a usar ese tono autoritario, el responsable de que tuviera que comprar pilas nuevas para el vibrador. Se le secó la boca al mismo tiempo que otras partes de su cuerpo se humedecían.

-Aún me queda una hora –contestó, pues no quería decirle que no. Y decirle que sí sería demostrar lo que ya era evidente. Ese tono de voz la ponía a cien.

-No importa. Daré una vuelta mientras tanto, vendré a por ti en una hora. Tendrás que conducir tú –añadió, señalando su brazo roto. Ella asintió y lo vio darse la vuelta con una sonrisa de oreja a oreja. Clara entró en el hospital, aún presa del aturdimiento.

-¿En qué piensas?

-¿Te acuerdas cuando me invitaste a comer en el hospital?

-Por supuesto. –Era algo que jamás olvidaría.

-¿Cómo lo supiste?

-¿Qué me dirías que sí?

-Que te diría que sí cuando usaras ese tono tuyo. ¿Cómo sabías que era una sumisa?

-Soy un amo desde los veintidós años –respondió como si la respuesta fuera obvia -. Cualquiera con un poco de experiencia hubiera visto en ti a una sumisa. Lo noté desde la primera vez que te vi, cuando te agarré del brazo, ¿recuerdas? Sabía que tenía que aprovecharme un poquito de esa parte sumisa para conquistarte. Y a la vista están los resultados –concluyó, atrayéndola hacia sí, amasando sus nalgas con ambas manos. -¿Por qué lo preguntas? –añadió.

-Curiosidad.

-Ya… -Entrecerró los ojos, pero prefirió no insistir, tenía otras preguntas en mente -. Supongo que tampoco vas a decirme que te dijo Isabel para que cambiases de opinión.

-Te lo diré –aseguró –el día en que dejes que sea yo la que ponga las esposas.

Él ni siquiera sonrió.

Abrió la puerta si ganas de aguantar a nadie, con un “no estoy para nadie” en la punta de la lengua, pero cuando la vio a ella toda su amargura desapareció para dejar paso a la ira. La muy zorra se atrevía a visitarla en su propia casa.

-¿Puedo pasar?

-Entra.

Isabel entró con paso decidido, quedándose de pie en medio del salón. Clara masculló un insulto en voz baja.

-Di lo que tengas que decir y lárgate.       

-En realidad tendrías que hablar tú, ¿no?

-¿Yo? –Repitió, incrédula.

-Clara, estás cabreada, vamos, suéltalo todo, no te cortes.

-¿Para qué cojones has venido?

-Es un comienzo –sonrió, alzando las manos en señal de paz -. Jorge lleva toda la semana borracho y a mí, como amiga suya que soy, me duele verle así. Habla con él.

-¿Como amiga o como ex? –replicó con acidez.

-Una cosa no quita a la otra. Escucha, lo nuestro pasó hace ya tres años, él no siente nada por mí y yo no puedo vivir sin Martín. No podemos cambiar lo que tuvimos, ni quiero hacerlo porque fue maravilloso, pero eso no afecta a nuestro presente. Somos amigos. Punto.

-Amigos –ironizó -. Y ahora me vas a decir que no siente nada cuando te ve desnuda en esas fiestas.

-Está demasiado ocupado con su pareja, tú en la actualidad. Clara, de verdad, no hay nada entre nosotros. ¿O es qué crees que Martín me llevaría a esas cenas si quedase algo? Somos una pareja moderna, cielo, pero todo tiene un límite.  

-Yo… esto no va a funcionar. Cada vez que os vea juntos pensaré “ahí esta la zorra que follaba con mi hombre”. Es mejor dejar las cosas como están.

-¿Tú llorando y él borracho? –preguntó, arqueando las cejas -. ¿Te ayudaría saber que me dejó porque lo engañé?

-¿Perdona? –Clara abrió los ojos de par en par. Isabel suspiró.

-¿Me invitas a un café y te lo cuento?

-Está bien –cedió -. Pero luego te vas.

-Por supuesto.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos al oír ruidos en el dormitorio. Se acercó, con curiosidad; Jorge estaba sentado en la cama, intentando arrancarle al cachorro algo que tenía entre los dientes.

-Suelta, suelta, maldita sea.

-¿Qué haces?

-Este maldito chucho. ¡Alumno, dámelo!

-Pero qué ha… ¿un consolador? –Se tapó la boca para ahogar una risa, apartándose cuando el animal comprendió que había cabreado a su dueño y salió rápidamente de la habitación, con el rabo entre las patas. Jorge sostuvo el consolador en alto y resopló, dejándolo a un lado. –Es una pena, me gustaba ese –comentó ella, sentándose a su lado.

-No sé si tirarlo o dejárselo como juguete –contestó.

-¿Y qué le decimos a tus sobrinos cuando vengan de visita? Mirad, niños, es que no quedaban con forma de hueso y a falta de pan…

-Me preocupa más lo que diría tu madre.

-Mi madre es muy liberal. La que parece sacada del siglo XIX es la tuya –replicó.

-Vamos a dejarlo, por favor, intento decidir cuál usaremos esta noche. –Señaló la caja con el resto de juguetes sexuales que había puesto sobre la colcha. -Éste todavía está nuevo –dijo con malicia; ella miró el plug anal con aprensión. Demasiado grande.

-¿Qué tal ese? –probó, señalando uno de sus favoritos, un vibrador doble para el juego vaginal y anal, pero bastante fino.

-No, demasiado usado. Creo que voy a tirarlo.

-¿Qué? ¡No! –lo agarró rápidamente, poniéndolo lejos de su alcance. Jorge extendió la mano.

-Dámelo.

-No vas a tirarlo. Me gusta este juguete.

-Es mío, cariño, puedo hacer con él lo que quiera. Ahora sé una buena chica y dámelo.

-No.

Se levantó y corrió con el consolador hasta el salón. Jorge negó con la cabeza, su sumisa tenía ganas de juego, pero él quería reservarse para la noche. Tranquilamente procedió a guardar uno a uno los juguetes que había ido comprando en sus dos años de relación y dejó la caja en el armario. Tras tirar el consolador mordido por el perro fue hasta el comedor.

Clara lo miró desde dónde estaba, tumbada en el sofá, despreocupada. Jorge hizo un gesto para que le dejase sitio y se sentó en una esquina, dejando que ella le pusiera las piernas sobre el regazo. Las acarició, distraído.

-Así que no puedo tirar ese juguete –comentó, mirando la televisión.  

-Preferiría que no lo hicieras.

-¿Tanto te gusta? –Cambió de canal varias veces, sin dejar de mirar la pantalla en ningún momento.

-Sí. Por favor amo, deja que me lo quede –usó su voz de sumisa tierna y dulce, aquella que sólo utilizaba para pedir algo a cambio o cuando él estaba enfadado.  

-Para dejar que te lo quedes tendría que ser tuyo, cariño. Y para eso tendrías que ganártelo.

-¿Cómo? ¿Señor?

Él la miró, su sonrisa perversa. Tendió su mano, encendiendo el vibrador en cuanto ella se lo entregó sumisamente.

-Quítate las bragas –le ordenó, prestando de nuevo atención a la pantalla. Clara las deslizó por sus piernas y las dejó cuidadosamente dobladas sobre la mesita. Se levantó la falda hasta la cintura, sabiendo que él la encontraría muy mojada en cuanto mirase, pero Jorge no desvío la vista. Le entregó el vibrador en silencio, dejando a su vez el mando a un lado. Clara lo cogió y miró a la televisión, había dejado puesta una película. Secretary. También es casualidad, pensó. –Me encanta esta película –comentó él.

-A mí también, amo.

-Lo sé, pero tú vas a estar demasiado ocupada ganándote tu premio. Métetelos, hasta el fondo.

-Pero…

-¿Quieres tu juguete? Pues demuéstrame que merece la pena quedárnoslo. Juega con él y no te corras hasta que yo te lo diga. Y no hagas ruido, quiero ver la película.

Que no hiciera ruido. El psicópata quería que usase ese vibrador sin hacer ruido. Por supuesto, y también podía meterse en el mar sin mojarse. Hijo de puta. Lástima que su cuerpo no pensara igual que su sentido común. Su clítoris empezaba a palpitar con furia, reclamando la atención de su amo, pero éste no parecía muy dispuesto a aliviarla. De repente escuchó el sonido de un fuerte azote y volvió la cabeza. En la película el señor Grey azotaba a una sumisa y sorprendida Lee. La escena era increíblemente erótica y más para otra sumisa como era ella. Se arriesgó a acariciar con el pie a su amo, sabiendo que él también estaría excitado, pero el señor la sujetó.

-Creo haber sido claro con mis indicaciones –se limitó a decir, sin dejar de mirar la televisión. Clara gimió cuando él empezó a acariciarla en el interior de los muslos, pero sin darle más atención que esa. Acalorada, apagó el vibrador y lo acercó a la entrada de su vagina, lubricándolo bien. Su cuerpo terminó de cobrar vida propia al sentirse colmado. Lo movió adentro y fuera, varias veces, acariciando su clítoris con la otra mano. -¿Por qué no estoy oyendo la vibración?

La frialdad en su voz le erizó la piel y se apresuró a encenderlo de nuevo, mordiéndose el labio con brusquedad cuando sus paredes internas se apretaron ante el falso falo. Cerró los ojos, concentrándose en las vibraciones, sobresaltándose cuando él le dio una fuerte palmada en la pierna.

-Ese vibrador es doble por una razón –le recordó.

-Amo… -jadeó.

-Calla, no me dejas escuchar.   

Clara se retorció y como pudo comenzó a introducir el consolador en su ano, no sin dificultad. Reprimió un grito ante la ardiente sensación inicial y apretó los labios cuando el placer se combinó con el que ya sentía en su vagina. Dios, ¿cuánto tiempo tendría que estar en silencio?

-¿Sabes qué es lo que mas me gusta de esta película?

Ella negó con la cabeza, intentando contener el orgasmo, sabiendo que estaba condenada al fracaso.

-Como ella busca sus castigos. Comete las faltas de ortografía una y otra vez… sabiendo que se llevará unos buenos azotes cada vez que lo haga. Igual que tú, cariño. Te encanta provocarme, porque te encanta el resultado.

-Señor…

-Reconócelo, mi amor. Dime que disfrutas provocándome y quizás te deje terminar.

Jorge siguió mirando la película, pero apartando la mano femenina procedió a realizar movimiento circulares alrededor del clítoris, torturándola aún más. Aquella fingida indiferencia, la autoridad en sus movimientos y su voz cuando le hablaba, el saber que hacía con ella lo que quería porque podía terminaron por acabar con el escaso autocontrol que le quedaba.

-Amo, por favor –rogó, mientras que sus piernas se retorcían sin saber si en realidad atraían o repelían sus caricias.

-Quien algo quiere, algo le cuesta, mi vida –le dijo con falsa ternura, subiendo la vibración al seis. Clara gritó, no podría contenerlo, iba a fracasar.

-Oh, oh… señor –sollozó -. Por favor amo, por favor.

El amo continuó ajeno a sus ruegos, alternando las caricias alrededor del clítoris con suaves palmaditas en el interior de los muslos. Clara sentía como todo a su alrededor iba a estallar, apretó sus pechos, uniendo el dolor de sus pezones erectos al placer que le proporcionaban las vibraciones en la vagina y el ano, combinadas con la diabólica mano de su señor. Probó de nuevo, notando como el orgasmo estaba ahí, a punto de dejarla sin respiración.

-¿Se… señor?

-¿Sí, amor?

-Es… es verdad. Disfruto provo… provocándote.

Jorge paró de acariciarla por un momento y la miró a los ojos, dejándole ver su aprobación y su orgullo por su sinceridad.

-¿Lo quieres? –susurró.

-Sí, sí por favor –Ahí, estaba justo ahí, sólo un poquito más.

-Es tuyo –la liberó; aumentó las vibraciones al máximo y frotó firmemente sobre el centro de su placer. Clara balanceó las caderas hacia arriba, sin poder contenerse y se dejó ir, gritando una y otra vez. Cada ola de placer la golpeó en el vientre, viajando hasta todo su cuerpo, dejándola temblorosa, agotada, pero dichosa. Abrió los ojos, perezosa, sintiendo aún los espasmos en su vagina y su trasero. Jorge la miraba con admiración; colocando una mano sobre su abdomen la obligó a quedarse recostada mientras que retiraba lentamente el juguete, empapado por sus fluidos. –Bueno… -comentó -. Creo que te lo has ganado.

Ella se hubiera reído, si hubiera podido, claro.

 

-Ho… hola. ¿Va todo bien?

Jorge miró sorprendido a sus amigos. Isabel parecía cabreada, pero no respondió, Martín gruñó algo en respuesta y entró, haciéndose un lado para dejarla pasar. Saludó a Clara con un beso en la mejilla, pero sin entusiasmo. Las dos mujeres intercambiaron una mirada, una de enojo, la otra de confusión.

-¿Ocurre algo? –Martín arqueó las cejas, recordándole el papel que debía representar -. Perdón, ¿va todo bien, señor?

-Pregúntale a tu amiga. Vamos, hazlo.

-Oh, por el amor de Dios –bufó la aludida -. ¡No es para tanto!

-Vuelve a gritarme y no podrás sentarte en una semana –le advirtió.

-¿Qué has hecho? –Jorge se sentó en el sofá junto a Clara; preguntó más curioso que preocupado, acostumbrado a las peleas entre la pareja.

-Yo no he…

-Me ha mordido, la hija de su madre –saltó Martín. Clara abrió los ojos de par en par, mirando a su amiga como si estuviera loca. Su amo contuvo una carcajada.

-¿En serio? ¿Dónde?

-¡Tú que crees!

-¿Le has mordido… ahí? ¿Tú estás loca? –Clara no daba crédito. Isabel no debía tener mucho cariño a su vida, ninguna sumisa en su sano juicio mordería a su amo. Y menos ahí.

-No se apartaba –se defendió -. Me estaba ahogando, fue un acto reflejo.

-Ahórrate las excusas –la cortó su marido -. Te has ganado un buen castigo y créeme, cuando se me ocurra algo lo suficientemente creativo, lo tendrás. Ya verás como no vuelves a morderme.

Ella frunció el ceño, pero quizás porque ya había puesto al límite al señor o porque realmente temía el castigo asintió, murmurando un “sí, amo” demasiado amable para como ella era. Jorge les indicó que se sentasen a la mesa, intentando no reírse. Isabel no había cambiado nada desde que lo habían dejado, cinco años atrás; seguía siendo la misma mujer temperamental de siempre y aquello era algo que le encantaba a su amigo, aunque a veces su carácter la metiera en problemas y no la permitiera someterse al cien por cien. Era una suerte que hubiese encontrado a Martín, un amo amable, comprensivo y tierno que escondía dentro de sí un verdadero dominante cuando quería. 

-Hay mousse de limón de postre –comentó Clara, para aligerar tensiones, mientras que servía vino a sus amigos. Isabel le sonrió pero Martín la señaló, negando.

-Olvídate, no vas a comer postre.

La sumisa masculló algo por lo bajo, antes de sonreírle dulcemente. –Es una lástima, amo, me quedé con hambre antes. Que pena que no tengas nada más grande para alimentarme.

Tanto Jorge como Clara escupieron el vino. Martín dejó su copa en la mesa, conservando la calma.

 -¿Sabes? Ahora mismo no sé si ponerte sobre mis rodillas o dejar que pidas al amo Jorge perdón por esa insolencia en su propia casa –la voz del hombre sonó severa, amenazadora. Clara tragó saliva, rogándole en silencio a su testaruda amiga que controlase su mal genio. En aquella pareja había un amo y una sumisa, eso no podía negarlo, pero Isabel tenía mucho carácter, tanto como Martín. Él volvió a hablar –En realidad sí lo sé. Dame tu vestido –le ordenó.

Isabel apretó los puños, enfadada y negó. Martín se levantó, en silencio y extendió el brazo, exigiendo, la amenaza de un castigo duro presente si continuaba con su actitud. La mujer miró hacia la pareja que tenía delante, Clara parecía incómoda y Jorge divertido. Volvió a mirar a su marido y sin decir una palabra llevó las manos hasta la cremallera del vestido, se lo quitó y se lo arrojó al amo a la cara. Éste lo cogió al vuelo y lo dejó en la silla, mientras que apuntaba al suelo, no sin antes mirar con atención y deseo el cuerpo de su esposa, desnudo salvo la presencia de un diminuto tanga negro. Ella se arrodilló y agachó la cabeza sumisamente, aunque ninguno de los otros tres dejó de escuchar el “hijo de puta” que soltó por lo bajo. Su marido se sentó, ignorando esto último y señaló hacia Jorge.

-Pide disculpas.

Suspirando rodeó la mesa sin levantarse del suelo, avergonzada al dirigirse a gatas hacia el que era su ex y el mejor amigo de  Martín. Jorge la miró gatear hacia él y disimuló su risa, disfrazándola de frialdad y enfado. Isabel se acercó y quedó arrodillada muy cerca de él, esperando pacientemente a que le diese permiso de hablar, dispuesta a morderle la pierna si la mantenía así mucho rato. Clara miró ceñuda la escena, sabía que no quedaba nada entre su novio y su amiga, si no Martín no permitiría estos juegos, pero tenerla desnuda tan cerca de él no era algo que la entusiasmara. Golpeó repetidamente la mesa en señal de frustración.

-¿Qué quieres? –preguntó Jorge tras unos minutos en silencio.

-Disculpa mi grosería, señor, por favor.

-¿Tú la ves sincera? –Ambos amos se miraron, tratando de no reírse. Martín negó.

-Quizás necesite menos ropa -sugirió.

-Cierto, además ese tanga nos estropea la vista.

La enfermera gruñó. ¿Nos estropea la vista? Aquí la única vista que tienes que admirar soy yo, imbécil.

-Tu sumisa parece cabreada -señaló.

-¿Eso crees? –Jorge la miró, tranquilo -. ¿Estás enfadada por algo, cariño?

-No, señor –masculló.

-Entonces no te importará que Isabel se quite el tanga, ¿verdad?

Clara se obligó a respirar hondo, sabía que Jorge sólo quería provocarla, pero ella tenía más autocontrol que Isabel. No tenía intención ninguna de que la castigase con público, no era algo que quisiera repetir.-Si al amo le complace…

-Eso suena bien –respondió acariciándole el pelo, poniéndoselo detrás de la oreja, pero ella se apartó. Martín los ignoraba, estaba pendiente de su adorada mujer, que en aquel momento parecía a punto de matar a alguien. Jorge volvió la vista hacia ella. –Desnúdate y prueba otra vez.

-Como el señor desee –canturreó. Gilipollas.

-Y ni se te ocurra tirármelo a la cara –le advirtió. Isabel deslizó la tela por sus piernas hasta dejarlo caer al suelo. Luego lo cogió y se lo entregó, pero él negó.

-Dáselo a tu amo.

¿Estos piensan tenerme todo el día de acá para allá o qué?

-Mírala, dispuesta a matarnos a los dos –Martín se rio; Isabel gateó hasta él y le tendió el tanga, diciéndole con la mirada que lo cogiese si quería conservar sus testículos. El hombre lo aceptó y se lo metió en el bolsillo de los vaqueros. Luego la atrajo hacia él y la tomó desde la nuca, exigiéndole un beso. Ella forcejeó durante unos segundos antes de rendirse, suspirando, notando como sus pezones respondían ante el insignificante toque. Él pellizcó uno, disfrutando tanto o más que ella de la dureza de sus pechos. Isabel se retorció, dividida entre la vergüenza y el placer y entonces Martín se alejó, no sin antes darle una caricia al pezón. Con una inclinación de cabeza señaló hacia el otro hombre, que observaba a la pareja.

Isabel se acercó una vez más a Jorge y le pidió disculpas, intentando parecer indiferente, pero todos en el comedor podían notar su excitación.

-Estás perdonada –dijo él, con la voz ronca. Ella lo agradeció con una tímida sonrisa y miró a su amo, suplicante. Martín asintió, dejando que se pusiera de pie.

Clara no decía nada, miraba a Jorge en silencio, fijando sus ojos en el bulto que tenía en los vaqueros.

-¿Ocurre algo? –preguntó el hombre en voz baja. Ella apretó los dientes y negó, apartando la mirada, pero él la tomó del hombro, obligándola a mirarlo.

-¿Te pone cachondo ver a tu ex así? –le reprochó, importándole poco o nada dar una escena. Jorge no aflojó aunque ella trató de soltarse.

-¿Sabes lo que me pone cachondo? –le respondió él en apenas un susurro -. Imaginarte a ti de rodillas, desnuda, gateando hasta mi mejor amigo. ¿Eso te gustaría?

-No –negó ella con firmeza, aunque había empezado a temblar.

-¿Estás segura? ¿Sabes lo que creo, cariño? Que la idea te excita –murmuró, bajando la mano hasta sus pechos, encontrándolos tan duros como los de Isabel -. Ya lo creo –continuó -. ¿Qué pasaría si metiera la mano debajo de tu falda? ¿Te encontraría húmeda?

-N…no –gimió, intentando pensar en otra cosa que no fuera aquella mano que se había posado en su rodilla, con intención de subir hacia arriba. 

-Jorge –Martín llamó su atención -. Deja que sea Isabel quien lo compruebe. –Se dirigió a su esposa –Ve hacia ella. Tócala.

En ese momento la temperatura en la habitación subió considerablemente. Y todos lo notaron.  

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